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jueves, julio 22, 2004

 

Con esto y un bizcocho...

 


Bueno gente, como dice la fotito (pedazo de collage que me he currado XDDD) me tomo unos días de vacaciones. Le daré descanso a las neuronas para así después seguir teniendo cosas que contaros.

Quiero agradecer a tod@s los que os pasáis por aquí a leer y comentar mis textos. Realmente sois un estímulo.

Nos vemos en la segunda quincena de Agosto.

Sed felices, es una orden.


martes, julio 20, 2004

 

El sexto asalto (2/2)

Lo bueno del boxeo es que, aunque pierdas, vas a ganar pasta. Y en mi caso, un tipo cuya carrera empezaba a hundirse, una pelea como ésta era demasiado jugosa como para dejarla escapar. El combate sería retransmitido por cable, porque iba a ser divertido ver como el viejo Mike Aguijón Wilson era aniquilado.

Una humillación más no importaba. El lado oscuro del dinero y la fama se cebó conmigo. Drogas, escándalos y detenciones hicieron que me viera en las portadas de los periódicos. Sólo mi hija había conseguido hacerme salir de toda esa porquería, y por ella estaba haciendo esto. El dinero obtenido, junto con lo que había sacado vendiendo su pequeño negocio, sería guardado en una cuenta, previo pago de algunas deudas. Esa pasta le permitiría pagarse la universidad, y ser alguien con estudios y posibilidades de triunfar realmente en la vida.

Aferrándome a las cuerdas conseguí erguirme. El árbitro se acercó. Al parecer mi ceja se había vuelto a abrir y sangraba abundantemente, lo que obligo a Joe a acercase al cuadrilátero y detener la hemorragia.

- Madre mía, chico. Te está machacando. ¿No deberías tirar la toalla?
- No. Le tengo justo donde quiero.

Entre carcajadas taponó las brechas. No se esmeró mucho, lo justo para que el árbitro dejase que la pelea continuara.

Cuando yo estaba luchando por el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados, era una máquina de golpear. Iba minando poco a poco a mi rival. Siempre le mantenía a distancia con los jubs. Le cansaba, le exasperaba, le frustraba, hasta que se lanzaba a atacar descuidando su guardia. Entonces un crochet de derecha le estallaba en pleno mentón. Y cuando, cansado y atemorizado, rehuía el combate e intentaba abrazarse para evitar la lluvía de golpes, como los escorpiones sacan su aguijón, le lanzaba un uppercut en la mandíbula y... a dormir. Ahora yo era la presa.
 
El sexto asalto comenzó como los cuatro anteriores, con el ding de la campana y con golpes y mas golpes del Compresor. Era inútil intentar esquivarlos, venían de todas partes, y todos encontraban su blanco.
 
Segundos antes de ver como por última vez el guante rojo de mi contrincante se acercaba hasta impactar nítidamente en mi rostro, recordé el comentario que un viejo gordo que fumaba un pestilente puro me gritó cuando me acercaba al cuadrilátero: " ¡No llegarás al séptimo asalto! ". Todos lo pensaban, pero sólo él se atrevió a decirlo.

Ya no escuchaba las voces. El griterío se había convertido en un tétrico silencio. Tampoco sentía dolor. Lo único que podía escuchar a lo lejos, era la cuenta del árbitro mientras las gotas de sangre resbalaban por mi rostro y empapaban la lona. Ni siquiera escuché la cuenta al completo, tan sólo llegué al 9.





lunes, julio 19, 2004

 

El sexto asalto (1/2)


 

Mientras me esforzaba por mantenerme en pie, pensaba en que si alguien me preguntase qué me dolía, la respuesta más breve y también la más correcta sería: todo. Mi flanco derecho estaba magullado, aunque no tanto como el izquierdo. Alguna costilla estaba fracturada, así que respirar se convertía en un suplicio constante. Los brazos comenzaban a pesarme como si en lugar de guantes llevase pianos, la nariz estaba rota... otra vez, y el derrame en el ojo derecho era tan grande que hacía que el izquierdo pareciera no tener ni un rasguño.

Sonó la campana. El cuarto asalto había terminado.

Tambaleándome alcancé mi rincón, me senté en el taburete y tan pronto como Joe, el asistente que me había puesto la Federación, me quitó el protector de la boca, una arcada me retorció por dentro y vomité en el pequeño cubo metálico que había a mis pies. Por lo poco que mis ojos podían ver, aquello era demasiado rojo para ser bueno. Sin tiempo a recobrar el resuello, la campana sonó de nuevo, el quinto asalto me esperaba.

La gente suele pensar que entre el bullicio, parapetados en la muchedumbre, sus comentarios no los escucha nadie más que la persona que tienen a su lado, y no es cierto. Mientras estaba en el ring, recibiendo un directo seguido de un gancho de derecha, escuchaba perfectamente como alguien gritaba ¡ Mátalo !. Como si no fuera eso exactamente lo que estaba haciendo aquella mole de hueso y fibra.

Cuando acepté la pelea con Moses Kingsley, el Compresor, sabía que era el fin, que de uno u otro modo, todo terminaría. Y así fue, puesto que mi entrenador dijo que él no me acompañaría a mi funeral y que, o renunciaba o lo hacía yo solo. Por eso no está hoy aquí conmigo y, he de reconocerlo, me gustaría tenerle al otro lado de las cuerdas. Pero bueno, al fin y al cabo siempre he estado yo sólo. Sólo contra todos. Sólo contra mí.

Es un error perder la concentración, sobre todo cuando en lo que te debes concentrar es en que no te destrocen a golpes. Contra las cuerdas, encorvado, intentando protegerme con mis brazos en guardia cerrada, le escuchaba resoplar con cada golpe que me daba. Sonó la campana otra vez y el arbitro me separó de esa bestia.

Ni siquiera el asistente pagado por el evento me esperaba ésta vez en mi rincón. Al parecer mi punteria vomitando es tan buena como lanzando golpes, y parte de esa mezcla de sangre, saliva y bilis que expulsé el asalto anterior fue a parar a sus zapatos. No importa, no necesito ayuda ya, nadie me puede ayudar.
 


viernes, julio 16, 2004

 

MX981 (2/2)

 
Al llegar a la zona de pruebas el Capitán Stapp le condujo hasta el aparato donde se llevaban a cabo las pruebas. Montado en unos raíles de ferrocarril de una milla de longitud había un vehículo. Sobre él, un asiento como los que llevaban los aviones de combate y en la parte de atrás unos cohetes encargados de acelerar el vehículo hasta alcanzar velocidades de 200 mph. Al final de la pista unos potentes frenos detenían el vehículo en un corto espacio y se medían las fuerzas G que actuaban sobre un muñeco antropomorfo que iba sentado y sujeto por arneses.

- ¿Sabe que ya lo he probado?
- ¿De veras? -respondió Murphy sorprendido.
- Así es. Más de 30 G he soportado, y sigo vivo. Por eso necesito que las mediciones sean correctas, para demostrar la necesidad de que las aeronaves y los asientos resistan impactos mayores. De lo contrario estaremos matando a nuestros pilotos. Venga, le presentaré a David Hill, es el ingeniero de la Northrop encargado de la telemetría.

Se acercaron hasta el puesto de mando donde Hill estaba dando algunas indcaciones para que sus asistentes preparasen la maquinaria para el próximo test.

- David, le presento al Capitán Edward Murphy.
- Hola Capitán -dijo estrechando su mano-. Creo que tiene algo para mí.
- Así es -replicó Murphy que abrió el maletín para mostrar los sensores a ambos-.
- ¿Alguna indicación especial sobre el montaje que debamos saber? -preguntó el ingeniero.
- No, simplemente hay que conectarlos. Las especificaciones técnicas y los diagramas están en el dossier adjunto, por si se averían.
- Muy bien. En ese caso los montaremos inmediatamente.

Hill llevó el maletín a uno de sus ayudantes que lo instalarían poco después en los arneses del asiento donde Oscar Bolaocho, como habían bautizado al muñeco de pruebas, aguardaba pacientemente a ser torturado.

- Todo preparado Capitán -dijo Hill al capitán Stapp.
- Un momento -replicó desabrochándose la guerrera-. Me corresponde el honor de estrenar los sensores. Que bajen a Oscar.

No era la primera vez que el Capitán probaba la lanzadera, así que el único que presenciaba atónito la escena era el Capitán Murphy.
Se abrochó los arneses y elevó el pulgar. Tras una cuenta atrás de diez segundos los cohetes se encendieron y se llevaron al Capitán con ellos. Una milla más lejos se detuvo violentamente por acción de los frenos.
No sufrió ningún daño físico, pero sí una desilusión. Al regresar le comunicaron que no había sido posible hacer la medida. Los sensores no habían registrado nada.
Cuando se revisó el vehículo y se investigaron las causas del fallo, se descubrió que había sido un error estúpido: los cables de los sensores habían sido conectados al revés. Hill estaba enfurecido y no digamos el Capitán Stepp, que juraba a voces que en cuanto recuperase totalmente el equilibrio, él mismo estrangularía al que puso los sensores.
Sin embargo, el Capitán Edward A. Murphy se echó a reir. Ante esa reacción, Stapp y Hill se giraron en silencio. Y Murphy, tomando los cables del sensor con sus manos dijo: - Si hay alguna posibilidad de que algo salga mal, saldrá mal.
 

Esto podría haber sido lo que ocurrió el día en que nacieron las famosas Leyes de Murphy. Si queréis saber la historia real y completa, podéis ir a la web que me dio la idea y la información necesaria para escribir el texto (está en inglés).
 
Y  aquí está el mismísimo Edward Murphy en su paso por West Point.
 




jueves, julio 15, 2004

 

MX981 (1/2)




El olor del café recién hecho invadía la luminosa cocina y un par de huevos revueltos aguardaban a ser devorados. Mientras, en la radio daban paso a la última creación de Glen Miller.
- ¡Eddie! ¡El desayuno se enfría!
- ¡Voy, cielo! -respondió él desde arriba mientras terminaba de ajustarse la corbata frente al espejo. Salió de su dormitorio y bajó las escaleras abrochándose los botones de la guerrera. Al entrar en la cocina su esposa vertía el café en un par de tazas.
- Que buena pinta tiene todo -le dijo antes de besarla en la mejilla-. Úntame un poco de mermelada de fresa en el pan tostado mientras ataco los huevos revueltos por su flanco derecho.
- A la orden, mi Capitán -contestó ella sonriendo.
- ¿Otra vez mojado? -espetó mientras sostenía el periódico en la mano-.
- Sí, cielo. No sé como se las apaña el repartidor, pero siempre acierta en el aspersor. Lo he cambiado cien veces de sitio, pero es inútil.
- Tendré que llamar y poner una queja -dijo el Capitán mientras trataba de abrir el periódico sin romperlo.
- Vamos, Eddie -replicó en tono conciliador-. Regamos después de que lo entregue y listo. Toma, la tostad... ¡Oh! ¡Mierda!
- ¿Qué ocurre? -preguntó apartando la vista de la sección de noticias locales.
- Se me ha caído y he puesto el suelo perdido. Podía haberse caído del lado sin mermelada...
- Tranquila, cielo -acertó a decir entre risas- No es nada que un poco de agua y jabón no puedan arreglar.

Terminó de comerse la tostada que, de nuevo, su esposa le había preparado, y se acercó hasta el fregadero para lavarse las manos. Se secó en un paño blanco que colgaba de la puerta del horno y tomó la taza de café para apurar el último sorbo.
- ¿Vendrás a comer, Eddie?
- No, cielo. Hoy tengo que ir a Muroc, y no regresaré hasta la noche.
- ¿Y qué tienes que hacer allí?
- Podría decírtelo, querida, pero sabes que después yo tendría que...
- Sí, sí -le interrumpió ella- Después tendrías que matarme.
Dejó la taza sobre la mesa y se acercó sonriente a besar a su esposa.
- Hasta la noche.
- No vuelvas tarde, Eddie.
A las 7:57 el soldado de guardia a la entrada de la Base Aérea de Muroc se cuadraba ante el Capitán Edward A. Murphy y elevaba la barrera para que su automóvil pudiera pasar. Aparcó su coche y cogió del portaequipajes un maletín.
Un soldado le esperaba para conducirle hasta el despacho del Capitán John Paul Stapp, que estaba al cargo del proyecto MX981.
- Señor -dijo el soldado que segundos antes había golpeado dos veces la puerta antes de abrirla- el Capitán Edward Murphy ha llegado, señor.
- Hágale pasar.
El Capitán Murphy entró en el despacho y ejecutó un perfecto saludo militar que fue debidamente respondido.
- Supongo que ya estará al corriente de lo que nos traemos entre manos -dijo mientras que con una mano le pedía que tomara asiento-.
- Sí, señor. Sé que están estudiando los efectos de la deceleración sobre el cuerpo humano y que mis indicadores de presión -y desvió la mirada hacia el maletín que portaba mientras decía esto- les serán de ayuda para mejorar la eficacia de las mediciones de las fuerzas G.
- Así es. ¿Sabe que los listillos del M.I.T. se empeñan en decir que ningún ser humano es capaz de soportar una fuerza superior a 18 G? -Una sonrisa burlona floreció en su rostro-. Están equivocados y vamos a demostrárselo.
El interfono zumbó para avisar de que el jeep que les conduciría a la zona de pruebas estaba esperándoles. Ambos se levantaron y bajaron hasta el coche que no tardó en dejar atrás los edificios y adentrarse en el desierto.

martes, julio 13, 2004

 

The blue side



Mientras cerraba la puerta del coche Matt pensó que la mejor forma de empezar sus vacaciones sería tomándose una cerveza en el tugurio de Rob. Así que se guardó las llaves en el bolsillo, comprobó que tenia algo de dinero y se puso en camino del bar.

Mientras cruzaba la calle notó el local más oscuro que de costumbre, con lo que sospechó que pudiera estar cerrado. Sus sospechas se confirmaron cuando la puerta no cedió un milímetro al intentar empujarla.

El día de cierre era el lunes, pero hoy era jueves, así que debería estar abierto. Comprobó su reloj. Apenas eran las once de la noche y Rob solía cerrar pasadas las doce.

Un tanto decepcionado se fue alejando de la puerta con la mirada puesta en el rótulo de neones del bar. En letras como las de las máquinas de escribir podía leerse The blue side y a su lado se veía la silueta de un gato recortada sobre una luna llena. Lo cierto es que apagado sí que tenían un aspecto triste.

Al día siguiente Matt regresó, esta vez sobre las ocho de la tarde. El letrero estaba encendido y la puerta chirrió como siempre ante la presión del brazo. Una vez dentro pudo ver un par de mesas ocupadas y a Rob detrás de la barra.

- Hay que ver qué poco te ha durado la limpieza -dijo Matt mientras se acercaba a la barra-.
- Tienes razón -replicó Rob con una sonrisa burlona que presagiaba una contestación rebosante de sarcasmo-. Eso me pasa por dejar entrar a cualquiera en el local. Si hasta tú puedes entrar...
- Voy al baño. Ponme una Bud.

Matt rodeó la mesa de billar y entró en el baño. Al salir le esperaba una Bud casi escarchada y un cesto de cacahuetes.

- Caramba, no he visto un baño menos cuidado en años. ¿Cómo es posible que pases las inspecciones de sanidad?
- Pues porque soy un ciudadano responsable y pago religiosamente los sobornos.

Ambos sonrieron, elevaron sus respectivas cervezas y brindaron antes de dar un largo trago.

- Oye Rob -la mano de Matt se introdujo en cesto de cacahuetes y sacó unos cuantos que serían debidamente pelados e ingeridos-. Ayer me pasé por aquí a eso de las once y estaba cerrado.
- Así es.
- ¿Pasó algo?
- No.
- ¿Podrías responder siendo algo más explícito?
- Sí, podría.

Matt contempló la sonrisa socarrona de Rob y decidió pegar otro trago a la gélida cerveza antes de continuar sus pesquisas.

- ¿Y bien?
- Pues nada, decidí cerrar antes.
- Entonces has cambiado de horarios.
- No, es sólo que decidí cerrar antes.
- ¿Y vas a hacerlo muy a menudo?
- Puede ser. A veces es muy aburrido esto de estar aquí esperando a que alguien entre para servirle un trago. Y si encima tengo que soportar sus problemas, ya ni te cuento.
- Bueno, eso te pasa por ponerle ese nombre tan alegre al bar.
- Claro, es que si en lugar de ese letrero con el gato y la luna hubiese puesto un payaso sonriente, esto sería un McDonald's.
- Bueno hombre, no te sulfures.
- Lo siento.
- Pues no lo sientas tanto y ponme otra cerveza anda.

Rob sacó otro par de cervezas y continuaron charlando mientras el local, poco a poco, se iba llenando.

Si no recuerdas la última que liaron Matt & Rob, pincha aquí.

lunes, julio 12, 2004

 

Puntual a la cita

Estos jardines nunca me habían parecido especialmente hermosos, y ahora que los veo desde aquí vuelven a antojárseme monótonos. Para un chico de campo como era yo, ver la cantidad de agua que se deperdiciaba para mantener verde el cesped era algo inconcebible.

Añoraba mi pueblo, mi familia, la naturaleza y mis animales, pero mi padre y el maestro del pueblo decidieron que era lo suficientemente listo como para salir de allí y venir a estudiar a la capital. Eso y una beca estatal hicieron posible que estudiara en París.

La torre Eiffel me impresionó mucho al verla por primera vez. El campanario de la iglesia del pueblo era el edificio más alto que yo había visto, pero era una miniatura en comparación con la torre.

La ciudad me asfixiaba y me sentía muy solo en el internado. Nunca llegué a adaptarme completamente, siempre fui el "paleto", pero mis notas eran las mejores. Me esforzaba mucho para que me permitieran volver una vez al mes a mi casa y poder ser libre por unas horas. Esas mismas notas me llevaron a la universidad, donde decidí estudiar Filosofía, y donde te conocí.

Siempre puntual acudías a nuestras citas bajo la impresionante estructura metálica, y conseguías que algo me uniera al fin a esta ciudad. Desde entonces dejé de sentirme solo. París cesó su asfixiante abrazo y cada uno de sus rincones me desvelaban sus secretos si caminaba de tu mano. Y a los pies de la torre, el sitio de nuestra primera cita, Marte me cedió sus campos y su ardor guerrero, y logré conquistarte.

Ese día subimos a la torre, y desde lo más alto grité tu nombre y juré amarte hasta el fin, siendo testigos el cielo, los vientos y el acero.

Han pasado ocho años desde entonces y te sigo amando como el primer día.

Hoy hemos vuelto a quedar, como la primera vez, a los pies de la torre. Traigo las cosas que me pediste en el mensaje que dejaste en el contestador. El resto ya pasarás a recogerlo cuando yo no esté, dijiste.

Una llamada perdida en el móvil, serás tú. Sí, eres tú, siempre tan puntual.

Ya bajo mi amor, sé que no te gusta que te hagan esperar.



viernes, julio 09, 2004

 

Esperándola




Otra vez ha vuelto a hacérmelo. Llevo más de media hora aquí sentado esperándola, pero no va a venir. Ayer tampoco vino a verme y sus visitas se espacian cada vez más. Temo que vaya a dejarme, a abandonarme a mi suerte.

He de reconocer que durante mucho tiempo no le presté mucha atención, pero desde hace unos meses me he dado cuenta de su presencia, y he llegado a necesitarla, a quererla, a ansiar escuchar lo que tiene que decirme a solas cuando nadie nos oye.

Quizá ahora me lo esté haciendo pagar. Puede que sea su venganza por mis desplantes y mi indiferencia cuando ella estaba a mi lado y yo ni siquiera me daba cuenta.

Ahora puede que esté con otro, susurrándole al oído palabras que me pertenecen.

Sólo espero que sepas que te extraño, que te necesito y que deseo que vuelvas a mi lado, mi adorada Inspiración.


miércoles, julio 07, 2004

 

Refrescando la memoria

Una pálida luz se filtraba desde el techo e iluminaba la cochambrosa habitación. Sus ojos tardaron un tiempo en ser capaces de enfocar con nitidez, y lo que vieron le sacó de su aturdimiento. Sentado en una silla estaba él.

Volvió a ser consciente de su situación. Se había desmayado otra vez, como consecuencia de los múltiples golpes que había recibido. Le resultaba doloroso respirar, así que debería tener unas cuantas costillas rotas. Sangraba por nariz, boca, un oído y por el gran número de pequeños cortes que él había ido haciéndole con deleite por todo su cuerpo desnudo y en los que posteriormente había introducido sal.

- Buenas tardes -dijo él-. ¿Qué tal la siesta? ¡Ah! Perdona, que no puedes hablar, el calcetín que te metí en la boca y la cinta adhesiva te lo impiden.

Colgado de una viga por ambas manos, hacía tiempo que había dejado de sentir los brazos. Los pies estaban atados al suelo y daban a su cuerpo una forma de X que marcaba el lugar donde él dirigía toda su ira.

- No me recuerdas ¿verdad?

A duras penas consiguió mover la cabeza hacia los lados en un gesto de negación.

- Muy bien, te refrescare la memoria. El diecisiete de Noviembre de 1.989 asaltaste a una mujer rubia. La golpeaste fracturándola dos costillas, más o menos las que debes tener tú ahora mismo rotas. Ella luchó, era una mujer valiente, y te araño los brazos y la cara. Tú la diste una puñalada en un costado. Yo he preferido dividir esa puñalada en muchos cortes pequeñitos, para que sufras más -continuó el relato mientras andaba en círculos en torno a él-. Y no satisfecho con eso, la violaste.

Se detuvo detrás de él, tomó una vieja escoba y con violencia se la introdujo por el ano. En vano fueron sus gritos apagados por el calcetín, así como sus inútiles espasmos e intentos de liberarse.

- ¡Grita, hijo de puta! ¡Grita como debió de gritar ella! -vociferaba en su oreja mietras se deshacía en sollozos.

Continuó sodomizándole hasta que sus brazos estuvieron cansados. Retiró la ensangrentada escoba y se situó frente a él.

- La autopsia reveló múltiples hemorragias y desgarros vaginales, algo parecido a como tienes tú ahora el culo -y justo cuando terminaba de decirle esto, se desmayó.

Abrió los ojos de nuevo, la habitación ahora estaba iluminada por una bombilla que pendía del techo.

- Buenas noches, pedazo de mierda. ¿Sabes ya quien soy? ¿No? Pues te sigo contando la historia -y se sentó en la silla frente a él. La policía te pilló gracias a los rastros biológicos que dejaste en ella. Se celebró el juicio, pero una vez más el sistema nos falló a la gente de bien. Tu abogado consiguió convencer al jurado de que estabas loco, así que cumpliste condena en una institución psiquiátrica que, milagrosamente, te curó -una sonrisa histriónica que haría palidecer al mismísimo Poe invadió su rostro-. Pasaste doce años en ese hotel, y después saliste a la calle.

Se levantó y se colocó a un metro de su cara.

- Y ahora. ¿Nos recuerdas? -le quitó de un tirón la cinta y extrajo el calcetin de su boca-. ¿Nos recuerdas, bastardo?
- Sss.. Sí - replicó de un modo apenas audible.
- Bien, nos recuerdas. Ella se llamaba Mayra, Mayra Shore. Yo soy Alfred Shore -dijo mientras sacaba un revolver de su espalda, lo amartillaba y apuntaba a su frente-. Y tú... Tú vas a morir.

Y apretó el gatillo.






martes, julio 06, 2004

 

Nodrizas (2/2)

Subieron a sus vehículos y salieron de la ciudad. Por el camino se les iban uniendo otros camiones y furgones que llevaban la misma carga y que iban rumbo a ciertos aeródromos prefijados.

El trayecto fue largo, las primeras luces del día no tardarían en asomarse perezosas por el Este. Pero para ese entonces todos los niños estarían en el aire camino de algún sitio que ni Noah ni Ethán conocían.

A las cinco y veintiocho de la madrugada la radio volvió a sonar:

- Atención Nodrizas. Misión terminada, toda la carga está en el aire. Disuelvan sus equipos hasta nueva notificación. Corto.
- Bueno chicos -Noah se dirigía a sus hombres- ya habéis oído. Que cada uno suba al camión que vaya o que pase más cerca de su pueblo o ciudad. Buen trabajo.
- Bueno. Hasta pronto, Noah.
- O no, Ethán -dijo sonriendo-.
- No puedo dejar de pensar en mañana, cuando se despierten todos esos padres y no encuentren a sus hijos.
- Pues quizá así, cuando mañana despierten, despierten de una vez.
- Ojalá así sea. Adiós.
- Shalom, Ethán.

Cada uno se encaminó hacia un transporte distinto. Estarían en casa antes de que todos los demás despertaran y comenzaran a preguntarse qué había pasado.

Esa misma tarde todas las agencias de noticias del mundo hervían en actividad. Repetían una y otra vez el comunicado que les llegaba desde Jerusalem:

Ayer, todos los niños judios y palestinos de hasta cinco años de edad, fueron salvados de la barbarie de sus mayores por nosotros, el Grupo Amanecer del Olivo.

Todo el país sucumbió ante nuestro poder, demostrando que todas vuestras armas y vuestro odio no vale nada ante nosotros; el poder del abrazo, el poder de la paz, el poder del que no se siente ni judío ni palestino, sino hombre.

Jamás sabréis cuantos somos, pues estamos entre vosotros en todos los sectores de la sociedad, política, deporte, ejército, podríamos ser alguien de vuestra propia familia.

Sólo existe un camino para que podáis recuperar a vuestros hijos y nietos, y es el camino que nosotros marcaremos a partir de ahora. La primera medida es la disolución de los ejercitos judío y palestino, que entregarán todas sus armas para ser destruídas. El lugar y el modo de hacerlo será notificado a los respectivos gobiernos que se pondrán a partir de ahora mismo bajo nuestro mando.

Si algunos piensan que pueden deternos, si creen que esto no es más que una locura de algún grupo terrorista o que somos unos tarados nacionalistas, son libres de hacerlo. Pero sólo tendrán veinticuatro horas para pensarlo, puesto que si no se aceptan nuestras condiciones, arrasaremos Israel y Palestina. Fuimos capaces de hacerles dormir por unas horas y somos capaces de hacerles dormir para siempre. Y serán sus hijos y sus nietos, libres de sus prejuicios y religiones, los que hereden una tierra que no tendrá bandera ni himno, y en la que ellos y sus descendientes serán por siempre libres.

Ustedes deciden.



lunes, julio 05, 2004

 

Nodrizas (1/2)

La noche era tranquila y despejada, tal y como indicaron las previsones meteorológicas. Una leve brisa circulaba, algo que hubiera podido considerarse agradable salvo porque era portadora de un silencio tenso. Ocultos en un lateral de la carretera, a un par de kilómetros de la ciudad, dos viejos camiones militares aguardaban el momento de ponerse en marcha. Delante de ellos, un jeep con dos ocupantes.

- Este silencio... ¿No te pone los pelos de punta?
- Hay cosas peores, te lo aseguro.
- ¿Crees que saldrá bien, Noah?
- Por supuesto.
- ¿Y si alguien nos ve?
- ¿Pero qué cojones estás diciendo, Ethán? Parece que no supieras todos los detalles de la operación.
- Ya, pero...
- Pero nada -contestó Noah enfadado-. Hace sólo doce minutos que nos han dado permiso para quitarnos las mascaras anti-gas, los aviones fumigaron el producto hace horas y el suministro de agua también fue condimentado.
- Lo sé, lo sé -Ethán contestaba como si le estuvieran explicando la tabla del uno-. Y las frutas, la leche y el pan también, de todo eso se han encargado los infiltrados. Pero algo puede fallar.
- Sí, tu cabeza ahora mismo está fallando.

La radio se encargó de poner fin al debate:

- Atención. A todas las Nodrizas. Luz verde. Corto.

Noah arrancó el jeep y por fin algún sonido quebró aquel silencio forzado. Los dos camiones siguieron al todoterreno que ya enfilaba rumbo a la ciudad.

No tardaron mucho en recorrer los dos kilómetros, y en cuanto llegaron, comenzaron a ver cuerpos aquí y allá tendidos en las aceras. Un anciano estaba tendido boca abajo en mitad de la carretera y tuvieron que esquivarlo.

- Sólo espero que Dios nos perdone por lo que estamos haciendo.
- Lo hará, Ethán. Ahora saca el mapa e indícame.
- Nos corresponde el sector doce -dijo mientras desplegaba un plano de la ciudad y sus alrededores-. En cuanto llegues al siguiente cruce gira a la derecha. Empezaremos ahí.

Noah siguió las indicaciones y detuvo el coche. De los camiones se bajaron un total de doce individuos vestidos con indumentaria militar.

- ¡Grupo Alfa, con Ethán! ¡Grupo Beta, conmigo! ¡Y recordad: sólo los menores de cinco años! -y dicho esto, cada uno de los grupos se introdujo en un edificio-.

Registraron piso por piso, casa por casa. Cuando encontraban un niño, lo tomaban en brazos y lo llevaban hasta el camión donde era acomodado en una litera. La ciudad ahora era un ir y venir de camiones que estaban afanados en la misma labor.

Cuando terminaron de peinar ese edificio, se desplazaron al siguiente, y así durante un par de horas hasta que terminaron de recorrer su sector. Después, y antes de salir de la ciudad, recorrienron todas las calles una vez más, por si había algun niño tirado en la calle que no hubieran visto.

- ¿Cuantos llevamos en total? -preguntó Noah a uno de los hombres-.
- Diecisiete, once niñas y seis niños.
- Bien. Vámonos.

viernes, julio 02, 2004

 

Strangers

Hoy hablé con un fantasma. Un fantasma educado que se interesó por mí, aunque tampoco mucho, lo justo para quedar bien.

No es el primer fantasma con el que hablo, pero no deja de ser una sensación extraña.

Al fantasma las cosas parecen irle bien, aunque conociéndole como le conozco, seguro que pronto volverá a vagar arrastrando sus cadenas. Aunque yo preferiría que encontrara la paz.

Hacía mucho que no hablábamos. Hubo un tiempo en que no era un fantasma, y entonces hablábamos mucho. Era, al menos así pensaba, especial. Y claro, en esos momentos no piensas en la posibilidad de que se convierta en un fantasma.

Pensaba que me iba a dar miedo hablar con este fantasma, pero no ha sido así, al menos esta vez. No sé cuantas veces más volveremos a hablar. Creo que ahora me da más miedo volver a conocer a alguien y que se convierta poco después en otro fantasma.

Como dice la canción de Keane, we might as well be strangers...


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