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lunes, abril 24, 2006

 

La insignia

Un día, una tarde de primavera, aquel niño salía de su casa para ir al colegio. Justo antes, mientras metía en la mochila los cuadernos y libros que iba a necesitar, prendió de ella una insignia de las que coleccionaba. Era chulísima, al menos eso le parecía a él, y le apetecía enseñársela a sus compañeros. Era cuadrada, no redonda como eran habitualmente, y tenía un barco de guerra ruso. Él sabía que era ruso porque había una hoz y un martillo como el de la bandera de la U.R.S.S. que había visto en la clase de sociales junto a una estrella roja y también una inscripción que no entendía. Pero molaba.

Cuando llegó a clase, despues del viaje en autobús, comprobó que la insignia ya no estaba, la había perdido. Tremendo disgusto se llevó, porque esas son el tipo de cosas que disgustan a un niño. Por aquel entonces no le preocupaban las guerras, ni la muerte, ni la injusticia, ni el desamor. Tampoco envejecer o la enfermedad, o el conseguir un trabajo y poder hipotecarse el resto de su vida para tener una casa eran ideas que se le pasaran por la cabeza a ese chaval. La vida era sencilla: solo comer, hacer los deberes y jugar.

Salió de clase triste por la pérdida. Y durante todo el trayecto de vuelta estuvo preguntándose cómo podía haber sido tan estúpido de perder aquello que tanto le gustaba; cómo no se había asegurado de que la insignia estuviera bien sujeta a la mochila; cómo no había escuchado el ruido cuando chocó contra el suelo. También se preguntabá por qué le había tenido que pasar a él, si sería una especie de castigo por algo malo que hubiera hecho.

Cabizbajo, como había estado desde que se percató de la pérdida, dobló la esquina que le conducía hasta su casa. Y allí, a escasos metros de su portal, sobre la acera, estaba la insignia. Habían pasado más de cuatro horas y allí estaba. La cogió rápidamente y entró en su casa sonriendo.



No sé el motivo, pero hoy he visto esa insignia y he pensado en aquel día y en el disgusto que me llevé por una estupidez.
Quizá nadie pasó durante todo ese tiempo por la acera, o sí que pasaron pero no la vieron. O puede que sí que pasaran y la vieran, pero no se molestaran en agacharse y ver qué era eso que brillaba. El caso es que la perdí y la encontré.

Y me ha dado por pensar (sí, eso de pensar es un error que cometo sin parar) en las cosas y las personas que he ido encontrando y que he ido perdiendo a lo largo de mi vida. Y me he dado cuenta de que no hay nada que se pueda hacer y que no hay ningún motivo ni explicación para esos sucesos. Es inútil culparse o pensar qué hubiera pasado si no se hubiera dicho esto o no se hubiera hecho aquello. Que por mucho que te guste algo o que quieras a alguien no es bastante para tenerlo a tu lado, y que hay veces que debemos hacer un esfuerzo por decir adiós a pesar de que nos parta el alma.

Sin embargo, hubiera preferido perder la insignia y tener otras cosas a mi lado. Lástima que no se pueda elegir.

viernes, abril 21, 2006

 

Aviso

El bueno de Berk se muda. Ahora podréis encontrarlo aquí (hasta que también se lo cargue...)


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lunes, abril 17, 2006

 

Encharcado



Me gustan los charcos. Es la manera en la que los cabizbajos vemos el cielo.

lunes, abril 10, 2006

 

Silencio

Llega la hora de dormir. Apagas el televisor y te diriges a la cama o bien, si ya estás dentro de ella, solo tienes que apretar el botoncito rojo del mando y dejarlo sobre la mesilla. O quizá eres de los que leen, así que marcas la página para continuar con la lectura mañana y dejas el libro en el suelo.

Apagas la luz. Te tumbas en la cama boca arriba, y no ves nada. Abres de par en par los ojos pero no eres capaz de distinguir nada. Sabes que donde miras está la lámpara pero no la ves, así que decides cerrar los ojos y cruzas tus manos sobre el pecho. Respiras hondo. Entonces, cuando exhalas esa bocanada de aire, es cuando empieza a empaparlo todo el silencio. Como procedente de un grifo mal cerrado, va cayendo gota a gota al principio. Una tras otra, como en un desfile, de un modo incesante, haciendo un charco a los pies de tu cama. Y es esa humedad la que hace que te gires en la cama para ponerte de lado y te encoges.


El goteo se acelera en ese momento. Las gotas se suceden con presteza, intentando darse la mano, como si ese grifo fuera en realidad una ametralladora. Y donde había gotas ahora hay un delgado hilo de agua que desciende al tiempo que todo el suelo de tu habitación queda cubierto. Es como un espejo que no devuelve más reflejo que la negra oscuridad. Ahora escuchas algo, es como un pitido, un pitido agudo que te taladra el oído. Ya no escuchas otra cosa que ese pitido. Ya eras ciego y ahora, sordo.

El grifo se abre y el silencio se precipita a chorros. Los muebles crujen empapados de silencio, un silencio que sube y sube sin parar. Ya moja el borde del colchón mientras tú duermes. Tú duermes y el silencio inunda tu dormitorio tragándoselo todo. Nada es capaz de flotar, todo se hunde hasta el fondo.

El colchón ya está empapado, y las sábanas, y tú. El silencio ya te cubre, ya te traga. Ya cubrió tus talones, tu cadera, el lateral de tu espalda y sigue subiendo. Sube el nivel. Ya llega, no puedes verlo ni olerlo ni oirlo. Estás indefenso mientras sigue subiendo y llega hasta tu cara lanzándose hacia tu nariz para ahogarte.

En ese momento te despierta un espasmo y notas como se eriza el vello de tu cuerpo. Abres los ojos y te incorporas en la cama respirando deprisa, como si te faltara el aire. Todo está bien, tal y como lo habías dejado hace un rato. Tu corazón late acelerado y no entiendes el motivo. Te tumbas de nuevo escuchando el bombear del corazón, sintiendo pasar la sangre por tus sienes, oyendo el entrar y salir del aire a través de la nariz.

El silencio se desvanece, se retira. Al menos por el momento. Solo se reagrupa, vigilándote, observándote, esperando que la próxima vez ese espasmo instintivo no aparezca, y entonces...



Para Ramón, por tener que soportar tanta poesía.

jueves, abril 06, 2006

 

Haiku 5






Mirada de miel
impregnando mis alas.
Dulce Tormento.

martes, abril 04, 2006

 

Karma

Qué clase de bastardo hijo de puta he tenido que ser en otra vida para tener que pagarlo en esta...

sábado, abril 01, 2006

 

En subjuntivo

Ojalá no sintiera
que no me doliera
que no deseara
que no recordase.
Ojalá todo fuera más fácil.

Ojalá no quisiera
que no me escociera
que no esperara
que no añorase.
Ojalá todo fuera más fácil.

Ojalá aparecieras
que no te escondieras
que no lo dudaras
que no me soltases.
Ojalá la X marcara el lugar.


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