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lunes, abril 12, 2004

 

220 Km/h

Una de las cosas que más me gusta de conducir es que es algo mecánico, no tienes que pensar en ello mientras estas haciéndolo, simplemente lo haces. Pisar los pedales, empujar la palanca de cambios, sujetar el volante... es como bailar. Bueno, en realidad es más fácil que bailar. Supongo que el motivo de que me subiera al coche nada más terminar la conversación telefónica con ella, fue precisamente ese, la necesidad de dejar de pensar en ella, dejar de pensar en los últimos 3 años, dejar de pensar de una vez.

No es que mi coche sea un modelo espectacular, no es un deportivo pontente ni mucho menos, pero tampoco está mal. Le tengo mucho aprecio, quizá por el trabajo que me ha costado tenerlo, por la de mierda que he tenido que tragar hasta reunir el dinero necesario para comprarlo.

Cuando estoy subido en él, siento que por una jodida vez tengo el control de algo, soy yo el que manda, y todo ocurre según quiero que pase. Además, él me entiende. Con tan solo pisar con suavidad el acelerador se empiezan a escuchar el canto de sus 150 caballos. El motor es lo suficientemente salvaje como para seguir aumentando mi colección de multas por exceso de velocidad. Jamás me ha fallado... es lo único que nunca me ha fallado.

Hace poco compré un nuevo equipo de musica, con un cargador para 20 cd's. Sólo hay que pulsar una tecla y las canciones van saltando aleatoriamente. En ese momento sonaba Bulletproof Cupid... que irónico. Involuntariamente, sin ser consciente de ello, comencé a pisar el acelerador. El motor tampoco me falló esta vez, y en el panel, la aguja del velocímetro giró con suavidad. Pasó por 105 Km/h, por 115, 130...

La canción terminó y el ruido del motor me advirtió de lo rápido que viajaba. Cuando mi mirada dejó de estar perdida y volví a enfocar con nitidez, el velocímetro marcaba 185 Km/h y el pilar que sostenía el paso elevado estaba justo en línea recta. Suerte que la distancia que me separaba de él era lo suficientemente grande... lo suficientemente grande como para que me diera tiempo a pisar a fondo el acelerador y ver cómo la aguja naranja pasaba sin vacilar por 220 Km/h, antes de colisionar.

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