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sábado, abril 17, 2004

 

Loca por sus huesos (2ª parte)

(No os hago esperar más. Aquí va el desenlace)

Aprentando los dientes, él comenzó a reptar por la biblioteca. Ella se encontraba ahora mirando una vitrina en la que se exponían restos fósiles de animales que habitaron los mares hace miles de millones de años. Al lado de cada resto pétreo, un dibujo ayudaba a comprender qué aspecto habían tenido esas criaturas.

- Bichos, bichos repugnantes. Calamares monstruosos, erizos... siempre te han interesado más que las personas. Pero... no entiendo cómo pueden interesarte más que yo. ¿Sabes la de proposiciones que he rechazado por ti?, ¿la de hombres que me desean y que matarían por tocar mi cuerpo?. No claro, a ti solo te interesa saber dónde conseguir un buen mapa de tu próxima zona de investigación, y de contratar unos porteadores que carguen con tus huesecitos. Pero mírate ahora... D. Importante gimiendo como un niño. El Profesor Connors, Doctor en Paleontología arrastrándose por el suelo como una babosa...

- ¡Maldita loca!, ¡jamás hubo nada entre nosotros!

Al llegar a la puerta, y antes de salir al pasillo, se detuvo a descansar. El dolor era insoportable pero sabía que tenía continuar avanzando. A tan solo cinco metros se encontraba el salón, y allí, sobre una mesita en la esquina, el teléfono. Ella estaba ahora mirando por la ventana. A contraluz su melena pelirroja parecía incenciada, y su hermosa silueta se recortaba sobre los visillos que se mecían levemente por la brisa de la tarde.

Salió al pasillo mordiéndose el labio inferior para evitar el grito de dolor que desbordaba sus pulmones. Alcanzar el teléfono era su único pensamiento. Le parecían lejanos los sonidos procedentes de la biblioteca: la música del viejo gramófono, el ruido de cristales rotos, sus gritos, muebles cayendo...

Ella terminó el paseo por la biblioteca al llegar a la chimenéa. Sobre la repisa, un par de fotos franqueaban un enorme fémur que perteneció a uno de esos grandes reptiles prehistóricos que el Profesor conocía tan bien. Mientras silbaba acompañando las trompetas de la cancíón que sonaba, lo cogió con ambas manos a modo de bate y con el mismo paso lento e insinuante de siempre siguió el rastro de sangre que teñía la madera de rojo.

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