viernes, mayo 07, 2004
El Beso (2ª parte)
En ese momento no sólo parecía que eramos las dos únicas personas en el local, si no que además no había música, no había voces, no había ruido...
Estaba allí, junto a aquella hermosa mujer de negro, junto a aquellos labios por los que cualquiera daría su último aliento de vida con tal de besarlos... y yo los besé.
Fue un beso lento, cálido, dulce, un beso apasionado pero tierno. Un beso como nunca antes me habían dado... ni me darán.
Entonces me sentí muy bien, una sensación de plenitud inundó todo mi cuerpo.
Al separar mis labios de los suyos, dentro de mi cabeza de repente entendí lo ocurrido. No me molesta reconocer que al principió me sorprendió, pero al instante, mi reacción fue reir. Reirme de lo tonto que había sido al pensar que yo había ligado con una mujer tan hermosa.
Encaminó sus pasos hacia la puerta y yo fui tras ella. Una vez en la calle, nos sentamos en un banco de madera. No paraba de juguetear con su colgante de plata. Tras unos minutos le pregunté:
- ¿A qué esperamos?
Ella respondió sonriéndome con ternura:
- Debe ser aquí.
La ambulancia no tardo en acallar el bullicio de la gente con sus luces parpadeantes y su ensordecedora sirena. Apenas se detuvo el vehículo dos medicos se precipitaron dentro del bar. El tercero fue el que abrió la parte trasera para bajar la camilla, que a duras penas entró por la puerta del local.
No sé cuanto tiempo pasó desde que entraron hasta que salieron empujando la camilla, en la que... en la que vi mi cuerpo tumbado, inerte. En la cara una mascarilla, el pecho al descubierto lleno de cables conectados a un electrocardiógrafo que emitía pitidos breves y arrítmicos al tiempo que dibujaba una verdosa línea irregular en la pantalla.
Entoces ella, la hermosa mujer de negro, dejó de jugar con su curioso colgante. Soltó la pequeña guadaña de plata y me cogió tiernamente la mano. Y de nuevo el silencio, solo roto por el pitido constante de aquel aparato.
Ella me explicó lo que más tarde les dirían a mi familia y amigos: un aneurisma en la aorta, una dilatación anormal de esa arteria, que al reventar produjo una hemorragia interna masiva que fue la causa de la muerte.
Pero yo sé, que el verdadero motivo fue aquel beso, el beso que me dio aquella hermosa dama... que vestía de negro.
Estaba allí, junto a aquella hermosa mujer de negro, junto a aquellos labios por los que cualquiera daría su último aliento de vida con tal de besarlos... y yo los besé.
Fue un beso lento, cálido, dulce, un beso apasionado pero tierno. Un beso como nunca antes me habían dado... ni me darán.
Entonces me sentí muy bien, una sensación de plenitud inundó todo mi cuerpo.
Al separar mis labios de los suyos, dentro de mi cabeza de repente entendí lo ocurrido. No me molesta reconocer que al principió me sorprendió, pero al instante, mi reacción fue reir. Reirme de lo tonto que había sido al pensar que yo había ligado con una mujer tan hermosa.
Encaminó sus pasos hacia la puerta y yo fui tras ella. Una vez en la calle, nos sentamos en un banco de madera. No paraba de juguetear con su colgante de plata. Tras unos minutos le pregunté:
- ¿A qué esperamos?
Ella respondió sonriéndome con ternura:
- Debe ser aquí.
La ambulancia no tardo en acallar el bullicio de la gente con sus luces parpadeantes y su ensordecedora sirena. Apenas se detuvo el vehículo dos medicos se precipitaron dentro del bar. El tercero fue el que abrió la parte trasera para bajar la camilla, que a duras penas entró por la puerta del local.
No sé cuanto tiempo pasó desde que entraron hasta que salieron empujando la camilla, en la que... en la que vi mi cuerpo tumbado, inerte. En la cara una mascarilla, el pecho al descubierto lleno de cables conectados a un electrocardiógrafo que emitía pitidos breves y arrítmicos al tiempo que dibujaba una verdosa línea irregular en la pantalla.
Entoces ella, la hermosa mujer de negro, dejó de jugar con su curioso colgante. Soltó la pequeña guadaña de plata y me cogió tiernamente la mano. Y de nuevo el silencio, solo roto por el pitido constante de aquel aparato.
Ella me explicó lo que más tarde les dirían a mi familia y amigos: un aneurisma en la aorta, una dilatación anormal de esa arteria, que al reventar produjo una hemorragia interna masiva que fue la causa de la muerte.
Pero yo sé, que el verdadero motivo fue aquel beso, el beso que me dio aquella hermosa dama... que vestía de negro.
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