miércoles, mayo 12, 2004
Gotas y segundos
Camino por un Madrid monótono, de color melancolía y lágrimas en las aceras. El techo de la ciudad se resiste a cambiar de color y mantiene tozudo el gris mientras la primavera está de vacaciones en las Barbados.
Una llovizna insiste en cubrirlo todo. Mientras, un niño comprueba la estanqueidad de sus botas de agua metiendo los pies en el alcorque inundado de una acacia que pide a gritos un rayo de sol.
Por el paseo un mar de paraguas, y bajo ellos, caminando con prisas de un lado a otro, rostros frios. Una anciana defiende su peinado con una bolsa de plástico sobre la cabeza y olvida las zapatillas de andar por casa que lleva puestas.
Al llegar a mi portal mi abrigo y mi pelo estan mojados. Mi reflejo me saluda en el espejo de la entrada y me enseña una cana más que ayer no estaba. Y al mirar mi pelo y mi abrigo me doy cuenta de algo: los segundos son como gotas de lluvia, insignificantes uno a uno, pero que acaban por empaparte.
Una llovizna insiste en cubrirlo todo. Mientras, un niño comprueba la estanqueidad de sus botas de agua metiendo los pies en el alcorque inundado de una acacia que pide a gritos un rayo de sol.
Por el paseo un mar de paraguas, y bajo ellos, caminando con prisas de un lado a otro, rostros frios. Una anciana defiende su peinado con una bolsa de plástico sobre la cabeza y olvida las zapatillas de andar por casa que lleva puestas.
Al llegar a mi portal mi abrigo y mi pelo estan mojados. Mi reflejo me saluda en el espejo de la entrada y me enseña una cana más que ayer no estaba. Y al mirar mi pelo y mi abrigo me doy cuenta de algo: los segundos son como gotas de lluvia, insignificantes uno a uno, pero que acaban por empaparte.
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