Todo estaba saliendo a pedir de boca. El caluroso día había dado paso a una noche despejada colmada de estrellas. La playa estaba casi más llena ahora que cuando el Sol estaba en lo alto, aunque la media de edad era considerablemente más baja. Decenas de hogueras salpicaban de amarillo y rojo la parda arena. En torno a una de ellas, la más separada del resto, cuatro amigos charlaban.

- La hoguera se está apagando.
- Pues echa la guitarra de Martín, Bea.
- ¡Eh! Si tocas la guitarra te mato.
- Jajajaja. Tranquilo Terminator. ¿Un bañito para relajar tensiones? ¿Vienes Bea?
- Sí.
- ¿Y vosotros?
- Yo paso -respondió Martín-. Me quedo cuidando el fuego.
- Yo voy ahora -dijo Gema gesticulando con una mano para que se fueran adelantando.
- ¿Por qué no vienes a darte un bañito? El agua tiene que estar genial.
- Ya sabes que no me gusta bañarme de noche, Gema.
- ¿Por qué?
- Porque no se ve nada. ¿Y si piso un erizo?
- ¿Un erizo? Pero si no veo un erizo desde que ibamos al colegio.
- Pues prefiero quedarme aquí tumbado, mirando el cielo. Pero tú báñate si te apetece.
- No, me quedo haciéndote compañía.

Gema se tumbó a su lado, y los dos contemplaron en silencio el cielo escuchando de fondo el crepitar de las llamas, la nana entonada por las olas y el barullo del resto de hogueras.

- Me encanta esta noche. Es tan mágica...
- ¿Mágica? ¿Qué tiene de mágico que el Sol haya alcanzado su máxima declinación Norte? Es pura mecánica celeste.
- Buenoooo... ya salió el Profesor Chiflado.
- Jajajajaja
- Es verdad, le matas todo el encanto.
- Es lo que tenemos los científicos...
- ¡Mira! ¡Una estrella fugaz! ¿Sabes lo que significa?
- Sí, que hasta una mísera roca puede brillar, aunque para ello deba morir.
- ¡Oh! ¡Por favor! Ahí te quedas, yo voy a darme un baño. Cuando te pones en plan Einstein no hay quién te aguante, hijo.

Se levantó airada y corriendo se unió a Bea y Moncho que chapoteaban en el agua. Martín, sonriendo, vió como se zambullía en el mar.