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lunes, octubre 04, 2004

 

Un día cualquiera

Un día amanecerá como tantos otros días. Te despertarás después de una larga noche de sueños intranquilos y saldrás de la cama para prepararte el desayuno.

El suelo intentará apartarse para no tener que sentir tus pies sobre él y la puerta se cerrará tras de ti intentando así proteger al dormitorio de tu presencia. Escucharás el crujido de la madera de los muebles que se esfuerzan en darte la espalda para no tener que ver el gesto histriónico que el odio cinceló en tu rostro.

Abrirás la llave del gas que, entre susurros maldecirá por no poder prenderte fuego y calcinarte. Lo encenderás con una cerilla que preferirá apagarse ella misma antes que tener que notar tu aliento sobre ella y pondrás la cafetera a calentar.

Y mientras esperas, mirarás a tu alrededor y te verás sola. Nadie te dirá buenos días, ni sentirás el calor de un beso en la mejilla. Tampoco el teléfono sonará para traerte una voz que acalle tu conciencia.




Entonces el silencio se hará insoportable; ese pitido apenas perceptible taladrará tus sienes mientras los remordimientos te arañan por dentro, repitiéndote una y otra vez todo el mal que has hecho. Gritarás tapándote los oídos con las manos y caerás al suelo hincándote de rodillas pidiéndole a Dios que todo cese. Le suplicarás ayuda a ese Dios que, de existir, habrá vomitado cada vez que Su nombre salía por tu boca que impregna todo con ponzoña.

La cafetera se reirá de ti con desprecio lanzando el café a borbotones sobre el fuego y tú, tirada en el suelo, te retorcerás de angustia y llorarás mientras gritas con todas tus fuerzas que ojalá no hubieras nacido.

Y será ese día que amanecerá como tantos otros en el que empezarás a pagar por todo lo que has hecho. Y la sentencia será cadena perpetua.

Comments:
increible
 
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