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miércoles, noviembre 17, 2004

 

Escalofrío

Las hojas de los castaños de Indias susurran tu nombre al viento que mece sus hojas y los gorriones sobrevuelan mi cabeza buscándote. Te echan de menos.

Los últimos rosales de la rosaleda se van quedando dormidos con el recuerdo de tus ojos, tan verdes como sus tallos, tan hermosos como sus rosas. Te echan de menos.

El pino centenario arropa con su sombra al viejo banco de madera sobre el que nuestras siluetas se hicieron una sola y el ángel que una vez fue el más bello sigue cayendo sin que nadie pueda impedirlo. Te echan de menos.

Frente al estanque guiñoles y golosinas iluminan los rostros de los niños, como el recuerdo de tu piel ilumina el mío. Una guitarra dispara precisa sus acordes y una voz canta dulce en catalán algo que no entiendo pero que me hace sonreir. Te echan de menos.

En el lago los patos dan esquinazo a las barcas que navegan con rumbos indecisos. Cada una porta una historia que se labra a golpe de remo. En una de ellas un pequeño lanza palomitas al agua con la esperanza de que algún barbo salga a comérselas y se deje ver. En otra cuatro grumetes de agua dulce persiguen a otras tantas chicas que ríen alborotadas. En el centro del lago, estática, otra barca es testigo de los besos de dos enamorados.

Me despido de Alfonso XII, meto mis solitarias manos en los bolsillos y bajo por las escaleras donde me besaste. Cruzo el puente de madera y salgo de nuevo a la avenida. Me dirijo hacia la salida y mientras camino por la pendiente que conduce hasta la puerta de hierro forjado siento un escalofrío. Podría decir que provocado por el frío, pero lo cierto es que lo provocó el no tenerte a mi lado.

Te echo de menos.





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