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miércoles, enero 12, 2005

 

El acantilado

El coche se detuvo al final de la escarpada carretera y ambos se apearon del vehículo. Avanzaron en silencio uno detrás del otro dejándose guiar por el sonido de las olas que rompían un centenar de metros más abajo. Las gaviotas planeaban sin esfuerzo sobre el viento que elevaba hasta la cima del acantilado el olor a salitre.

Mike llegó hasta donde el terreno firme dejaba paso al vacío y se quedó contemplando el paisaje.

- Vaya. Unas vistas magníficas.
- Así es- fue la contestación de Tony que estaba de pie a unos diez metros de Mike.
- Siempre me había parecido menos alto este acantilado. Supongo que será porque nunca lo había contemplado desde el borde.
- Y no será porque no has venido veces ¿eh?

Los dos riéron. Las sombras se hacían alargadas señal de que el Sol estaba a punto de dar por concluido su turno.

- Mike.
- ¿Sí?
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Claro, socio.
- ¿Por qué lo hiciste?
- ¿Cuántos años tienes, Tony?
- Tengo veinticuatro.
- Recuerdo cuando yo tenía tu edad. Era soberbio, ambicioso e impulsivo. Nada me asustaba.
- ¿Y bien?
- Pues no tardé en ascender, justo como harás tú. Lo tenía todo, chicas, dinero, coches... Pero luego fui haciéndome mayor y todo eso no me llenaba. Hasta que llegó ella.
- No me jodas que la cagaste por una mujer.
- Desde entonces mi vida a girado en torno a ella. Ella ha sido mi día y mi noche, mi esperanza y mi ilusión. Ella y después mis hijos. No podía resistir la idea de no estar a su lado ni un solo día, ni la de dejar que mis hijos crecieran sabiendo que su padre estaba en la cárcel. Así que hice lo que tenía que hacer.
- ¿Y de qué te ha servido?
- Bueno. Es cierto que no ha salido como yo tenía planeado, pero mis hijos no tendrán que avergonzarse de su padre.
- Me sigue pareciendo una estupidez.- Tony sacó un revolver de su cintura, apunto con él a Mike y amartilló el percutor-. Ahora tus hijos se quedarán sin padre y el fiscal se quedará sin testigo. En fin Mike, odio tener que hacer esto pero, ya sabes como funcionan las cosas.
- Lo sé, lo sé.
- ¿De verdad crees que mereció la pena?
- Cuando te pase a ti y tengas que pesar tu vida y la de ellos, me entenderás y verás hacia dónde se inclina la balanza. Y entonces tendrás que elegir.
- Jajajaja. A mí no me pasará.
- Pasa. Siempre acaba pasando.

El ruido de las olas se tragó el sonido de la detonación.


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