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lunes, abril 10, 2006

 

Silencio

Llega la hora de dormir. Apagas el televisor y te diriges a la cama o bien, si ya estás dentro de ella, solo tienes que apretar el botoncito rojo del mando y dejarlo sobre la mesilla. O quizá eres de los que leen, así que marcas la página para continuar con la lectura mañana y dejas el libro en el suelo.

Apagas la luz. Te tumbas en la cama boca arriba, y no ves nada. Abres de par en par los ojos pero no eres capaz de distinguir nada. Sabes que donde miras está la lámpara pero no la ves, así que decides cerrar los ojos y cruzas tus manos sobre el pecho. Respiras hondo. Entonces, cuando exhalas esa bocanada de aire, es cuando empieza a empaparlo todo el silencio. Como procedente de un grifo mal cerrado, va cayendo gota a gota al principio. Una tras otra, como en un desfile, de un modo incesante, haciendo un charco a los pies de tu cama. Y es esa humedad la que hace que te gires en la cama para ponerte de lado y te encoges.


El goteo se acelera en ese momento. Las gotas se suceden con presteza, intentando darse la mano, como si ese grifo fuera en realidad una ametralladora. Y donde había gotas ahora hay un delgado hilo de agua que desciende al tiempo que todo el suelo de tu habitación queda cubierto. Es como un espejo que no devuelve más reflejo que la negra oscuridad. Ahora escuchas algo, es como un pitido, un pitido agudo que te taladra el oído. Ya no escuchas otra cosa que ese pitido. Ya eras ciego y ahora, sordo.

El grifo se abre y el silencio se precipita a chorros. Los muebles crujen empapados de silencio, un silencio que sube y sube sin parar. Ya moja el borde del colchón mientras tú duermes. Tú duermes y el silencio inunda tu dormitorio tragándoselo todo. Nada es capaz de flotar, todo se hunde hasta el fondo.

El colchón ya está empapado, y las sábanas, y tú. El silencio ya te cubre, ya te traga. Ya cubrió tus talones, tu cadera, el lateral de tu espalda y sigue subiendo. Sube el nivel. Ya llega, no puedes verlo ni olerlo ni oirlo. Estás indefenso mientras sigue subiendo y llega hasta tu cara lanzándose hacia tu nariz para ahogarte.

En ese momento te despierta un espasmo y notas como se eriza el vello de tu cuerpo. Abres los ojos y te incorporas en la cama respirando deprisa, como si te faltara el aire. Todo está bien, tal y como lo habías dejado hace un rato. Tu corazón late acelerado y no entiendes el motivo. Te tumbas de nuevo escuchando el bombear del corazón, sintiendo pasar la sangre por tus sienes, oyendo el entrar y salir del aire a través de la nariz.

El silencio se desvanece, se retira. Al menos por el momento. Solo se reagrupa, vigilándote, observándote, esperando que la próxima vez ese espasmo instintivo no aparezca, y entonces...



Para Ramón, por tener que soportar tanta poesía.

Comments:
Mooola. Pero no sé si Berk se lo merece, no escribe nada... ;-p
 
Se lo merece.
Besos.
 
El silencio da miedo. Por eso siempre es bueno dormir acompañado.
 
Dormir acompañado... Ese es un privilegio del cual no todo el mundo puede disfrutar.
Besos.
 
no se podrían describir mejor los momentos antes d caer dormido cuando estás solo en casa... :S
 
Gracias por el cumplido, gasord.
Un saludo :)
 
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