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miércoles, diciembre 29, 2004

 

2005

Propósitos de año nuevo:

- Dejar de fumar (fácil, porque no fumo).
- Ser más constante.
- Apuntarme a un gimnasio (jaaaajajajaja...).
- Mejorar mi inglés (Habrá que retomar el libro de gramática, pero me gusta).
- Escribir más y mejor.
- Encontrar un trabajo decente.
- Ir al santuario de Lourdes (ver punto anterior).
- Mejorar con la guitarra.
- Ser feliz (otro fácil: ya lo soy gracias a ti :) ).




Espero que el 2005 sea un gran año para todos vosotros. Nos leemos en Enero.


domingo, diciembre 26, 2004

 

Quisiera...

Quisiera regalarte una puesta de Sol; una que llevara grabado tu nombre en letras de plata. Un paraguas que, al abrirlo, espantara la lluvia con una brisa cálida. También un reloj de arena que detuviera el tiempo cuando estamos juntos. Puede que un dispensador de besos de fresa, limón y chocolate, para cuando la vida te amargue en la boca, fuera un buen regalo.

Quisiera encerrar el arco iris en una cajita de nácar, para que pudieras abrirla en tus días grises y llenarlos de color. Un pijama confeccionado al 100% con mis caricias y unas sábanas a juego. O un libro encuadernado en cuero marrón con el lomo y las pastas adornados con florituras en pan de oro, en el que cada una de sus páginas gritara te quiero en tinta azul.

Quisiera iluminar tu cielo nocturno con mil estrellas fugaces para que pudieras desear mil cosas, y que esos mil deseos se cumplieran. Y convencer a la Luna para que danzara para ti, y que así, en uno de sus giros, pudieras ver la cara que siempre nos oculta. Hacer que el mar cupiese en tu bolsillo para que pudieras llevártelo donde quiera que fueras.

Así que mientras me las ingenio para conseguir algunas de esas cosas, te regalo mi post número 100.

Feliz Cumpleaños, Patricia.




sábado, diciembre 25, 2004

 

All I want for Christmas...

I don't want a lot for Christmas
There is just one thing I need
I don't care about the presents
Underneath the Christmas tree
I just want you for my own
More than you could ever know
Make my wish come true...
All I want for Christmas is
You...

I don't want a lot for Christmas
There is just one thing I need
(and I) Don't care about the presents
Underneath the Christmas tree
I don't need to hang my stocking
There upon the fireplace
Santa Claus won't make me happy
With a toy on Christmas day
I just want you for my own
More than you could ever know
Make my wish come true
All I want for Christmas is you...
You baby

Oh I won't ask for much this Christmas
I won't even wish for snow
(and I) I'm just gonna keep on waiting
Underneath the mistletoe
I won't make a list and send it
To the North Pole for Saint Nick
I won't even stay awake to
Hear those magic reindeer click
'Cause I just want you here tonight
Holding on to me so tight
What more can I do
Baby all I want for Christmas is you
You baby

All the lights are shining
So brightly everywhere (so brightly)
And the sound of children's
Laughter fills the air
And everyone is singing (oh)
I hear those sleigh bells ringing
Santa won't you bring me the one I really need -
won't you please bring my baby to me...

Oh I don't want a lot for Christmas
This is all I'm asking for
I just want to see my baby
Standing right outside my door
Oh I just want you for my own
More than you could ever know
Make my wish come true
Baby all I want for Christmas is
You (You) baby

All I want for Christmas is you baby...

All I want for Christmas is you, Mariah Carey

viernes, diciembre 24, 2004

 

Un trocito de turrón

He de reconocer que, desde que dejé de ser un inocente niño adiestrado para "creer" y al que los Reyes Magos dejaban juguetes y algún que otro jersey el día 6 de Enero, las navidades no me entusiasman. Según crecía, primero me resultaron indiferentes (aunque los regalos y las vacaciones escolares eran una motivación) para pasar después a resultarme perjudiciales (acentuaban mi sensación de soledad).

Lo malo que tiene hacerse mayor es que ves y te cuestionas cosas que antes no veías ni te preguntabas. Por ejemplo: parece ser que en Navidad hay que ser amable. No importa si el resto del año eres un hijo de puta. Así que es fácil que, si te cruzas con alguien que en Abril giraría la cara para evitar saludarte, por ser Navidad, pare, te de un abrazo y te diga "felices fiestas" y te pregunte por la familia.

Otra cosa llamativa es que, parece ser que en Navidad, hay gente que duerme en la calle y que se alimenta en comedores de beneficencia y albergues. El resto del año es una incógnita, pero estos días hasta salen por la tele.

También resulta que hay personas, generalmente ancianos, que cenan solos en Nochebuena, Navidad y Nochevieja. Como si el resto de cenas y comidas que hacen en solitario el resto del año, no importaran.

Y por supuesto, cuanto más gastes, más feliz serás. De eso no te quepa duda. Debes gastar un pastón en una opípara cena (que llenará el frigorífico de sobras durante días), un pastón en ropa y en una fiesta de Nochevieja (y luego protestarás porque te cobren 5 euros por una copa un sábado cualquiera) y un pastón en regalos (recuerda que cuanto más caro sea el regalo significa que más quieres a la persona a la que se lo regalas).



Pero también reconozco que, a pesar de todo lo expuesto anteriormente, hay una parte de mi (algo debe quedar del niño que fui) a la que le sigue gustando la parte auténticamente buena y pura de la Navidad (a pesar de todo sigo siendo un romántico y creo en el ser humano...). Por eso, cuando por estas fechas amanece uno de esos días fríos de invierno, con el Sol brillando en mitad de un cielo azul despejado, me abrigo bien, salgo de mi casa y cojo el Metro. Me bajo en Sol, que está plagado de gente que va y viene (como siempre...) y desde allí me dirijo paseando hasta la Plaza Mayor, en la que está montado el tradicional mercadillo de Navidad. Recorro los puestos atestados de figuras para el Belén, adornos para el árbol, artículos de broma, caretas, espumillón, luces... Y veo a los niños, nerviosos, agitados, mirándolo todo, tirando de la mano de sus padres para que se acerquen a ver algo que llamó su atención.

Terminado el recorrido entre las casetas, entro en una cafetería que hay en los soportales. No sé cómo se llama porque nunca me acuerdo de mirarlo y sólo suelo ir una vez al año, por estas fechas. Si tengo suerte puedo sentarme en unas mesas con cómodos asientos que dan a los enormes ventanales de la fachada, y me pido un café y puede que hasta incluso un pedazo de tarta de queso con mermelada de frambuesa (depende de cómo esté mi economía). Y allí, con mis manos rodeando la taza de café para que entren en calor y mirando por el ventanal, empiezo a pensar. Pienso en las cosas que han pasado durante el año e imagino cómo será el año próximo. Y también recuerdo a la gente que, por un motivo u otro, sigue en mi memoria. Familia, amigos, conocidos... Puede que a algunos les haya visto el día anterior o les vaya a ver mañana, y puede que a otros no les vaya a ver nunca más. Seguro que hay gente que me olvidó hace mucho tiempo y sin embargo yo les sigo recordando aunque no les llame o les escriba.




Así que, este año, cuando esté sentado tomándome ese café, también pensaré en todos vosotros que habéis pasado por este rinconcito y habéis dedicado unos minutos de vuestra vida a leer lo que escribo.

Y quizá, al salir de la cafetería, puede que me cruce con un niño que va por primera vez a la Plaza Mayor y pueda ver la Navidad en el reflejo de sus ojos.


Ojalá seáis felices, ahora en Navidad y también el resto del año.

Manu

jueves, diciembre 23, 2004

 

Invierno

Casi no me di cuenta de que el viento comenzaba a agitar las dañadas velas. Tardé en reaccionar, puesto que estaba demasiado ocupado intentando buscar respuestas entre la oscuridad. Pero sí, el viento comenzaba a soplar suave. Arrié el velamen y lo desenvergué. Con esfuerzo logré recomponer una vela cosiendo todos los fragmentos recuperables, y tan pronto como estuvo terminada la icé. Fue un trabajo duro del cual mis manos aún se resienten.

Días después, en la oscuridad de la noche, pude ver Orión con claridad en lo más alto del cielo. Señor de los hielos, de las nieves, de los fríos y escarchas.

Hace pocos días, entre la bruma, vi un resplandor verde en el horizonte. Al principio pensé que sería una mala pasada de mi mente casi desquiciada, pero lo seguí viendo en las jornadas siguientes. Hacia él me dirijo.

Hace frío. El viento corta mi cara y mis huesos muerde. Pero no importa con tal de que siga empujándome hacia esa luz verde que brilla allá a lo lejos.

Hoy he notado que el Sol está más alto, la sombra del mástil es más corta. La luz comienza a vencer a las tinieblas. Debe ser invierno.


martes, diciembre 21, 2004

 

Felis catus (2/2)

La algarabía en el autobús escolar era mayor hoy. Solía ocurrir todos los viernes, era el último día de clase de la semana y había que celebrarlo.
Al bajarse de él y cruzar la calle los tres hermanos se encontraron con un curioso recibimiento. Los rotativos luminosos de un par de coches patrulla y una ambulancia iluminaban el frío callejón. No era de extrañar la presencia policial en el barrio. Los tiroteos entre bandas rivales y los asaltos a casas en donde se traficaba con droga eran habituales. Pasaron de largo, pero por el rabillo del ojo Erwin pudo ver como introducían en la ambulancia la camilla en la que había un cuerpo cubierto de pies a cabeza por una sábana.

Al llegar a casa pudo escuchó a sus padres comentar lo ocurrido.

- Era un mendigo -decía su madre mientras ponía una sartén en el fuego-. Tenía el cuerpo lleno de cortes y arañazos que se debió de hacer con la botella rota que empuñaba.
- Sería un delirium tremens provocado por el alcohol -respondió su padre-. Creería ver bichos que le atacaban, ratas o arañas, y trataría de defenderse con la botella rota. Pobre viejo.
- Sí, pero hay algo raro... No tenía ojos.

Erwin subió corriendo las escaleras y llegó hasta su habitación. Se asomó a la ventana. La ambulancia ya se había marchado y los policías echaban un último vistazo al callejón. Y subido en un muro, contemplando la escena, estaba el gato.
Tardó mucho en quedarse dormido.

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Los gritos en el salón le despertaron. Sus hermanos pequeños estaban peleándose por algo. Como era sábado y podía dormir un poco más decidió enrollarse la almohada en la cabeza y echar otra cabezadita. Y eso hizo.
Una hora después los gritos de sus hermanos, esta vez en su cuarto, le despertaron.

- ¡Erwin! ¡Despierta! Tenemos algo que enseñarte -gritaban alborotados. Una presión sobre el pecho y los saltos que sobre su cama daba Tom terminaron de despertarlo.
- Dejadme dormir en paz.
- Levántate, tenemos que ir al veterinario. Mamá ha dicho que si queremos quedarnos con Grizzly hay que vacunarlo -respondió Bobby.

Al oir esas palabras un escalofrío recorrió el cuerpo de Erwin. Comenzó a temblar perceptiblemente. Con dificultad logró que sus manos apartaran la almohada de su cara y elevó ligeramente la cabeza. Al abrir los ojos se encontró con los de esa bestia que, tumbada en su pecho, le escrutaba fijamente... mientras se relamía.


lunes, diciembre 20, 2004

 

Felis catus (1/2)


Esta historia se la debo a Desi. Me concedió el privilegio de inaugurar su página con este texto que ahora subo a mi blog. Así que a ella va dedicado.

El autobús escolar se detuvo en la esquina de Berkland Boulevard con la 74th. Erwin se despidió de sus amigos y descendió. Esperó a que sus dos hermanos bajaran y, una vez que el autobús reemprendió la marcha, les cogió de la mano y cruzó la carretera comprobando que no hubiera peligro, aunque en un barrio marginal como ese, el peligro podía llegar más fácilmente como bala perdida que como coche al cruzar la carretera. Alcanzada la otra acera, Bobby y Tom se soltaron y se retaron en una carrera para ver quién llegaba antes a tocar el timbre de la puerta.

Los dos se detuvieron antes de tiempo, justo en el callejón que había al lado de su casa. Erwin, unos metros más atrás, contempló cómo los dos pequeños se paraban y se adentraban en el callejón. Al llegar allí pudo ver que estaban interesados en algo y, al acercarse, comprobó que acariciaban un gran gato. Era de color negro, casi azulado. El animal ronroneaba y se frotaba contra los pequeños que le acariciaban entusiasmados.

- ¿Se puede saber qué hacéis? -preguntó Erwin en tono enfadado.
- Acariciamos al gato. Mira que bonito es -contestó Bobby.
- Podríamos quedárnoslo -propuso Tom.
- ¿Quedárnoslo? ¿A este sucio gato? -fue la réplica de Erwin.

En el mismo instante en que las palabras terminaban de salir de su boca, el gato giró lentamente la cabeza y miró directamente a Erwin que se quedó helado. Los ojos de aquel gato no eran normales. Él, a sus once años, sabía de sobra cómo debían ser los ojos de un gato. Su pupila debía ser una fina raya vertical de color negro y los ojos deberían ser amarillentos, pero los de este gato no eran así. Eran demasiado redondos... Eran demasiado humanos.

- ¡Vamos! -gritó- Dejad de tocar a ese bicho y entrad en casa o se lo diré a mamá.

Los pequeños le obedecieron refunfuñando y salieron del callejón para entrar en la casa, que estaba a una decena de metros. Sabían que su madre se enfadaría si sabía que habían entrado en el callejón. Ella se lo tenía prohibido, porque siempre había algún mendigo borracho que lo utilizaba como residencia.

Erwin logró que sus piernas reaccionasen y comenzó a caminar paso a paso marcha atrás. No quería darle la espalda al gato que, de repente, erizó todo su pelaje y comenzó a bufarle amenazante. Al ver eso Erwin echó a correr y no paró hasta entrar en casa.

Esa noche, antes de acostarse, Erwin se asomó por la ventana del dormitorio. Allí, tumbado en el callejón, un viejo destartalado y con ropas roídas daba cuenta de una botella de whisky barato probablemente. Sentado sobre un cubo de basura, el gato le vigilaba. Erwin cerró la ventana rápidamente y bajó la persiana al notar como el gato giraba su cabeza para mirar hacia él.

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El jueves amaneció nublado, preludio de lo que por la tarde iba a ocurrir. Cuando el autobús escolar se paró en la esquina, la lluvía comenzaba a hacerse más intensa. Erwin y los pequeños cruzaron la calle y corrieron hasta su casa. Esta vez no se detuvieron en el callejón, al que los relámpagos daban un aspecto más tétrico del que tenía normalmente. Pero no hizo falta que entraran porque el gato salió a su encuentro.

- ¡Mira Bobby! -dijo el pequeño Tom a su hermano-. Hola gatito.
- ¡No os paréis! ¡Entrad en casa! -les gritó Erwin asustado.

Los dos renacuajos no tuvieron más remedio que hacerle caso, puesto que los había cogido por las capuchas de sus abrigos y tiraba de ellos. Al entrar en la casa, antes de cerrar, Erwin se asomó al porche y vio como el gato estaba sentado en la acera, frente a su casa. Avanzó unos pasos y cogió una piedra que había en una de las macetas de su madre. Con un movimiento rápido armó el brazo y lanzó la piedra que hizo blanco en el buzón. A pesar de la falta de puntería, el felino captó el mensaje y tras un bufido, se escabulló entre los arbustos.
Esa noche no pudo ver al viejo borracho en el callejón, pero volvió a ver al gato montando guardia en el callejón, mirando hacia su ventana.

viernes, diciembre 17, 2004

 

Beso de invierno

El mar estaba revuelto, enfadado. Normal si tenemos en cuenta que llevaba cinco días sin ver el Sol, así que arañaba desesperado las orillas a golpe de ola.
El viento arreciaba y no dejaba de traer nubes que mantuvieran constante el suministro de lluvia que, en esos momentos empezaba a caer de nuevo.
Una gaviota intrépida les miraba indiferente suspendida en el aire mientras caminaban de la mano por el paseo. Como hacía frío, él decidió meter sus manos entrelazadas en el bolsillo de su abrigo, a lo que ella respondió con una sonrisa.
Llegado un momento se detuvieron. Se pusieron frente a frente y, lentamente, acercaron sus rostros hasta que sus labios se abrazaron. El viento invernal y la incipiente lluvia acariciaban sus rostros mientras el mar bramaba a sus espaldas.
Después,sonrientes, continuaron su paseo quizá inconscientes de haber protagonizado el beso más hermoso del mundo.




lunes, diciembre 13, 2004

 

Pequeñas victorias

Llegó a casa a las diez menos cuarto de la noche. Cerró la puerta con una pierna, puesto que llevaba las manos ocupadas con las bolsas de la compra. Las dejó en la cocina y cogió una manzana del frutero que fue mordisqueando mientras se dirigía al baño. Dejó la manzana en el lavabo, se desnudó y se metió en la ducha. El agua caliente le sentó de maravilla, pero cuando terminó y empezó a secarse fue como si todo el cansancio del día se agolpase sobre sus hombros, y las preocupaciones no se habían marchado a través del sumidero.

Se enrrolló en la toalla, cogió la manzana y se dirigió al dormitorio. Comprobó que había cinco mensajes en el contestador. Se puso un camisón y dió el último bocado a la manzana mientras pulsaba el botón para escuchar los mensajes almacenados. Se tumbó en la cama a escucharlos.

El Sol brillaba poderoso en mitad de un límpido cielo azul. Una brisa ligera hacía bailar los visillos de las ventanas. Eso fue lo primero que vió ella cuando se despertó.

Desperezándose se puso en pie. Llevaba puesto un pijama blanco cuajado de lunares de todos los colores. Se calzó las zapatillas y salió por la puerta de la habitación. La puerta daba a un pasillo que parecía no tener fin. Cada pocos metros había dos puertas, una a cada lado del pasillo. Estaban cerradas. Del exterior procedían voces y risas de niños que parecían estar jugando. Ella continuó caminando por el pasillo, siguiendo las voces, hasta que al final se detuvo frente a una puerta. Al abrirla se encontró con un jardín de cuidado y tupido césped por el que correteaban niños de unos siete años. Unos jugaban con un balón, otros simplemente daban volteretas en el suelo y unos cuantos trepaban por un castillo de cuerdas rojas, verdes y azules. Pero sentada bajo la sombra de un frondoso árbol, había una niña morena de ojos castaños.

Ella se acercó hasta el árbol, se agachó, y con una gran sonrisa saludó a la pequeña.

- Hola.
- Hola -respondió mirándola a los ojos.
- ¿Por qué no juegas con los demás?
- Porque tengo miedo de que no quieran que juegue con ellos -dijo después de pensar unos instantes la respuesta.
- ¿Y por qué no iban a querer que juegues con ellos
- No lo sé. Además, no me gusta jugar a la pelota, siempre me la quitan.
- Bueno. ¿Y por qué no juegas con esos otros niños? Mira que bien se lo pasan dando vueltas en la hierba.
- No. Me mareo. A mí... A mí lo que me gustaría es subirme al castillo de cuerdas, pero me da un poco de miedo caerme.
- ¿Qué te parece si te ayudo yo?
- ¿Sí?
- Claro.

Ella tomó de la mano a la pequeña y se acercaron hasta el castillo de cuerdas.

- Agarrate fuerte y no te sueltes de una cuerda hasta que estés bien agarrada a otra ¿vale? Yo estaré aquí por si resbalas.
- Vale.

La niña empezó a trepar, temerosa al principio, con más soltura a medida que subía. El resto de niños gritaban animándola desde lo más alto. Poco a poco fue escalando hasta que llegó a la cima y todos aplaudieron.

- ¡He subido! -gritó feliz desde arriba.
- ¡Sí! -contestó ella.
- Gracias. Ahora tienes que irte -dijo sonriendo.
- ¿Comó? -replicó aturdida.
- Sí. Tienes que irte por donde has venido. Muchas gracias.

El timbre del teléfono sonaba insistente. Se despertó. Tenía el pelo aún mojado, una sonrisa en los labios y los restos de una manzana en la mano.


Feliz cumpleaños Marta

jueves, diciembre 09, 2004

 

Te quiero

Estoy enamorado.

De tus guiños
de tus risas
de tus ojos
de tus labios
de cuando tus dedos descansan
en mi espalda o en mis manos.


De tus besos
de tus piernas
de tu llanto
de tus manos
de cuando, sin venir a cuento
susurran te quiero tus labios.


De tu regazo
de tus pechos
de tu pelo
de tu abrazo
de cuando me hundo en tu cuello
y de tu aroma me sacio.

Por todo esto que digo
y por todo lo que callo.

Estoy enamorado.



miércoles, diciembre 01, 2004

 

Te vas

Como se retira la marea. Poco a poco, ola a ola. Aparentemente imperceptible, pero en unos minutos la orilla esta ya lejos.
Como una radio que se queda sin pilas. Las voces que emite suenan graves, distorsionadas. La música, como si le costara trabajo salir, se mueve pesada por el aire cargado.
Como la llama de una cerilla. El viento la hace temblar hasta que consigue extinguir su luz.
Como se disipa el humo de un cigarro. Al ganar altura se retuerce vertiginoso hasta que se difumina y se hace invisible.
Como el arroyo al llegar el estío. Con cada amanecer mengua su caudal hasta que al final se seca.
Como un globo que se le escapa a un niño. El cordel se le escurre entre los dedos y viaja al cielo sin escuchar los lamentos del pequeño.

Así te estas yendo...


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