jueves, mayo 27, 2004
Series de Taylor ( 3/3 )
Alberto se pasó la tarde llamándola por teléfono, pero siempre recibía la misma respuesta automática e impersonal que le avisaba de que ella tenía el teléfono móvil apagado, aunque lo que en realidad le quería decir la voz es que Lucía no quería saber nada de él. Antes de irse a la cama decidió escribirle un mensaje:
Lo siento.No me atrevia a decirte q me gustas y se me ocurrio lo de los mensajes en el libro.No keria asustarte.Lo siento mucho.
El sábado quiso acompañar el animo triste de Alberto y amaneció lluvioso. Intentó ponerse a estudiar después del desayuno pero en su cabeza solo se repetía la imagen de los ojos incrédulos de Lucía llenándose de lágrimas, y después la bofetada y la huída. Decidió salir a pasear bajo la lluvia esperando que esta arrastrara sus lamentos y los hiciera desaparecer por alguna alcantarilla.
Cuando alguien camina bajo la lluvia sin paraguas y sin que parezca importarle el mojarse, la gente lo mira como si estuviese loco. Eso le pareció a Alberto que, cabizbajo y con las manos en los bolsillos, deambulaba por el parque. Un par de pitidos agudos le sacaron del ensimismamiento. Un mensaje en su teléfono:
Donde jamas quedaria un vampiro. A los pies del Arbutus unedo. A las 7. Lucia
Lo leyó varias veces antes de reaccionar. Dio media vuelta y se encaminó hacia su casa. En el camino de regreso empezó a darle vueltas al acertijo. "Un vampiro jamás quedaría en una iglesia y el latín está relacionado con las iglesias" pensó. Eran las doce y cuarto, estaba empapado y no sabía dónde estaría ella esperándole dentro de unas horas. Quizá una ducha caliente le ayudaría a resolver el enigma.
Con el pelo aún mojado y el albornoz puesto fue al salón y cogió el primer tomo del diccionario enciclopédico. En la ducha se le ocurrió que quizá alli pudiera encontrar alguna respuesta sobre el nombre latino. Y así fue.
Faltaban veinte minutos para las siete y el Metro avanzaba a cámara lenta, o al menos eso le parecía a Alberto. Las estaciones no llegaban nunca y la oscuridad de los túneles le parecía eterna. Miraba nervioso los nombres de cada estación en la que el convoy se detenía y contaba las paradas que le quedaban para llegar a la suya. Pasó Atocha, después Antón Martín y un par de minutos más tarde Tirso de Molina. Cuando el vagón volvió a salir de la oscuridad no tenía duda de que en el andén de esa estación no habría ningún vampiro. Las puertas se abrieron. Había llegado a Sol.
Al salir a la superficie miró el reloj que cada 31 de Diciembre despedía un año y saludaba al siguiente. Faltaban tres minutos para las siete. Esquivando turistas y palomas bajó hacia el Arbutus unedo que según la enciclopedia era el nombre científico del madroño. Allí estaba Lucía jugando nerviosamente con el cordón del mango de su paraguas y con el rostro serio.
- Hola Lucía.
- Al menos llegas puntual -contestó seca mientras el reloj de la Puerta del Sol anunciaba las siete.
- Yo... quiero pedirte perdón. -empezó a decir Alberto con cara de oveja a punto de entrar en el matadero- Nunca pensé que esto saldría así.
- Pues a ver si empiezas a pensar más, porque no sabes el miedo que he pasado estos últimos días.
- No pretendía asustarte -se excusó- pero tampoco me atrevía a decirte directamente que me gustas.
- ¿Por qué?
- Porque no sabía si tú sientes algo parecido.
- Mira que sois imbeciles los hombres -casí grito Lucía mientras movía la cabeza en gesto de negación-. Y como no estás seguro, te montas una peli absurda de espías ¿no? Muy inteligente por tu parte.- Alberto abochornado guardaba silencio.
- Además -continuó en un tono más afable- que mis amigas desaparezcan cada vez que tú te acercas a mí ¿no te da alguna pista? Y tus apuntes. Que te pida tus apuntes, con esa letra de médico que tienes, y más cuando no falto a ninguna clase ¿no te dice nada? Lo hago solo por forzar un encuentro -dijo aguantándose la sonrisa- porque tú también me gustas idiota.
La cara de Alberto paso del rojo vergüenza al blanco sorpresa y sus ojos brillaron como las gotas de lluvia que pendían de la estatua de la Osa y el Madroño. Una sonrisa empezó a aparecer en sus labios.
- Pero no cantes victoria -se apresuró a decir Lucía, lo que provocó que la incipiente sonrisa de Alberto se quedase en eso-. Aún pasarán algunos días antes de que se me pase el enfado que tengo contigo. ¿Y bien? ¿No tienes nada que decir?
- Pues... que de veras lo siento y que a partir de ahora pensaré más.
- No está mal. Pues mira -dijo mientras le daba un par de palmaditas en el mismo lado de la cara que abofeteó el día anterior- puedes empezar por pensar dónde me vas a invitar a un café.
- ¿Y eso servirá para que me perdones?
- Eso te va a costar más de un café, chaval.
Empezó a chispear de nuevo, ella abrió el paraguas y los dos juntos se perdieron entre la multitud en dirección a la calle Mayor.
Lo siento.No me atrevia a decirte q me gustas y se me ocurrio lo de los mensajes en el libro.No keria asustarte.Lo siento mucho.
El sábado quiso acompañar el animo triste de Alberto y amaneció lluvioso. Intentó ponerse a estudiar después del desayuno pero en su cabeza solo se repetía la imagen de los ojos incrédulos de Lucía llenándose de lágrimas, y después la bofetada y la huída. Decidió salir a pasear bajo la lluvia esperando que esta arrastrara sus lamentos y los hiciera desaparecer por alguna alcantarilla.
Cuando alguien camina bajo la lluvia sin paraguas y sin que parezca importarle el mojarse, la gente lo mira como si estuviese loco. Eso le pareció a Alberto que, cabizbajo y con las manos en los bolsillos, deambulaba por el parque. Un par de pitidos agudos le sacaron del ensimismamiento. Un mensaje en su teléfono:
Donde jamas quedaria un vampiro. A los pies del Arbutus unedo. A las 7. Lucia
Lo leyó varias veces antes de reaccionar. Dio media vuelta y se encaminó hacia su casa. En el camino de regreso empezó a darle vueltas al acertijo. "Un vampiro jamás quedaría en una iglesia y el latín está relacionado con las iglesias" pensó. Eran las doce y cuarto, estaba empapado y no sabía dónde estaría ella esperándole dentro de unas horas. Quizá una ducha caliente le ayudaría a resolver el enigma.
Con el pelo aún mojado y el albornoz puesto fue al salón y cogió el primer tomo del diccionario enciclopédico. En la ducha se le ocurrió que quizá alli pudiera encontrar alguna respuesta sobre el nombre latino. Y así fue.
Faltaban veinte minutos para las siete y el Metro avanzaba a cámara lenta, o al menos eso le parecía a Alberto. Las estaciones no llegaban nunca y la oscuridad de los túneles le parecía eterna. Miraba nervioso los nombres de cada estación en la que el convoy se detenía y contaba las paradas que le quedaban para llegar a la suya. Pasó Atocha, después Antón Martín y un par de minutos más tarde Tirso de Molina. Cuando el vagón volvió a salir de la oscuridad no tenía duda de que en el andén de esa estación no habría ningún vampiro. Las puertas se abrieron. Había llegado a Sol.
Al salir a la superficie miró el reloj que cada 31 de Diciembre despedía un año y saludaba al siguiente. Faltaban tres minutos para las siete. Esquivando turistas y palomas bajó hacia el Arbutus unedo que según la enciclopedia era el nombre científico del madroño. Allí estaba Lucía jugando nerviosamente con el cordón del mango de su paraguas y con el rostro serio.
- Hola Lucía.
- Al menos llegas puntual -contestó seca mientras el reloj de la Puerta del Sol anunciaba las siete.
- Yo... quiero pedirte perdón. -empezó a decir Alberto con cara de oveja a punto de entrar en el matadero- Nunca pensé que esto saldría así.
- Pues a ver si empiezas a pensar más, porque no sabes el miedo que he pasado estos últimos días.
- No pretendía asustarte -se excusó- pero tampoco me atrevía a decirte directamente que me gustas.
- ¿Por qué?
- Porque no sabía si tú sientes algo parecido.
- Mira que sois imbeciles los hombres -casí grito Lucía mientras movía la cabeza en gesto de negación-. Y como no estás seguro, te montas una peli absurda de espías ¿no? Muy inteligente por tu parte.- Alberto abochornado guardaba silencio.
- Además -continuó en un tono más afable- que mis amigas desaparezcan cada vez que tú te acercas a mí ¿no te da alguna pista? Y tus apuntes. Que te pida tus apuntes, con esa letra de médico que tienes, y más cuando no falto a ninguna clase ¿no te dice nada? Lo hago solo por forzar un encuentro -dijo aguantándose la sonrisa- porque tú también me gustas idiota.
La cara de Alberto paso del rojo vergüenza al blanco sorpresa y sus ojos brillaron como las gotas de lluvia que pendían de la estatua de la Osa y el Madroño. Una sonrisa empezó a aparecer en sus labios.
- Pero no cantes victoria -se apresuró a decir Lucía, lo que provocó que la incipiente sonrisa de Alberto se quedase en eso-. Aún pasarán algunos días antes de que se me pase el enfado que tengo contigo. ¿Y bien? ¿No tienes nada que decir?
- Pues... que de veras lo siento y que a partir de ahora pensaré más.
- No está mal. Pues mira -dijo mientras le daba un par de palmaditas en el mismo lado de la cara que abofeteó el día anterior- puedes empezar por pensar dónde me vas a invitar a un café.
- ¿Y eso servirá para que me perdones?
- Eso te va a costar más de un café, chaval.
Empezó a chispear de nuevo, ella abrió el paraguas y los dos juntos se perdieron entre la multitud en dirección a la calle Mayor.
miércoles, mayo 26, 2004
Series de Taylor ( 2/3 )
Esta historia está dedicada a Desi. Besos miniña. (porque donde vives aún es día 25... Feliz Cumpleaños)
El fin de semana pasó sin pena ni gloria. El sábado salió a tomar algo con sus amigas pero no volvió muy tarde a casa y el domingo fue al cine con su hermana a ver una de esas películas de las que te arrepientes haber pagado por ellas a los diez minutos del comienzo. El lunes volvió a la biblioteca y al entrar en la sala miró de reojo la estantería. El libro no estaba. Se acercó para cerciorarse pero sus ojos no la habían engañado. Un tanto decepcionada se giró para ocupar su sitio y el corazón casi se le detiene en seco al ver el libro colocado en su sitio habitual. Quieta en mitad del pasillo buscó al culpable de aquello, pero no se puede encontrar nada cuando no se sabe qué se busca. Un par de chicos cuchicheaban en el fondo de la sala mientras compartían unos auriculares. Sus pies la llevaron hasta la silla y su mano la retiro para que pudiera sentarse.
Pasó cinco, quizá diez minutos sentada inmovil, mirando las tapas del voluminoso libro de matemáticas. De repente sus dedos movidos por la curiosidad buscaron el papel donde días atrás la tinta roja le había hecho sentir un escalofrío. Allí, en la página 669, en rojo brillante y en trazo fino se podía leer:
Eché de menos tu mensaje. Hoy te dejé el libro en la mesa para que no olvides escribirme. Por cierto, hoy estabas preciosa.
Cuando se repuso del sobresalto y fue capaz de controlar el temblor de sus manos, sacó su bolígrafo azul y escribió:
¿Quién coño eres? ¿Qué quieres?
Cerró el libro y salió de allí corriendo. Y no paró de correr hasta llegar a su casa.
Al día siguiente no volvió a la biblioteca, ni el miércoles tampoco. El juevés fue acompañada por un chico de su clase. Se conocían desde hace poco, apenas un par de meses, pero se llevaban bien. Se sentaban juntos y compartían ratos de estudio en la facultad y también baños de sol tumbados en el césped. En una de esas sesiones de bronceado le había contado todo sobre los misteriosos mensajes escondidos en el libro de cálculo.
- Mira Alberto, ahí está -susurró con voz temblorosa mientras señalaba el libro.
- Bien. Pues veamos si tienes correo Lucía -dijo mientras se acercaba al estante y tomaba el libro.
Se sentaron en la mesa y ella, con una precisión pasmosa abrió el libro por la página correcta. Y sí, tenía correo:
Siento haberte asustado, no era mi intención. No volveré a molestarte, pero si quieres encontrarme búscame en:
- Infinitas, series,
- Gregory, James
- ¿Y qué quiere decir con eso?
- Bueno, al menos te dejará en paz, así que olvídalo. ¿Te apetece un helado? -propuso Alberto con una sonrisa.
- Sí, ración doble de chocolate.
Después de cenar sacó de su carpeta la hoja donde se alternaban en rojo y azul las frases, y volvió a leer la última intentando descifrar qué quería decir el desconocido. Decidió empezar a indagar sobre el nombre propio, así que encendió su ordenador, se conectó a internet y puso en un buscador ese nombre, Gregory James. La primera entrada a la busqueda no era llamativa, pero la segunda sí. Hablaba de un matemático escocés que tenía ese nombre. Un mensaje que hablaba de un matemático en un libro de matemáticas. Una jaqueca tomó al asalto su cabeza, así que decidió irse a la cama y dejar de pensar.
La mañana llegó temprano. Tórpemente sacó la mano de debajo de la sábana y apagó el despertador. Reunió las fuerzas necesarias para salir de la cómoda horizontalidad y caminar hasta el baño. Abrió el grifo de agua fría y se lavó la cara. Al cerrar ese grifo se abrió otro, pero dentro de su cabeza que amaneció mucho más despejada de lo que se acostó. Corrió a su habitación, se vistio rápidamente y se dirigió a la biblioteca.
No se llevó el libro a su sitio habitual, se sentó en la mesa más proxima al estante donde se encontraba el libro de cálculo. Sacó el folio donde estaban los mensajes cruzados y buscó la primera pista -infinitas series-. Dio la vuelta al libro y buscó en el índice. Allí estaba:
Infinitas, series, 606
Con el pulso acelerado se fue hasta la G donde pacientemente aguardaba el señor Gregory:
Gregory, James (1638-1675), 340, 659
Tomó nota y salió zumbando hacia la facultad.
- ¡Alberto! - gritó al verle andando por un pasillo- ¡Lo he descifrado!.
- ¿Cómo?
- Era muy sencillo. Esta mañana me estaba lavando la cara y de repente, lo supe. Mira -y sacó del bolsillo el papel con sus anotaciones hechas en la biblioteca- Tres grupos de tres dígitos cada uno -exclamó entusiasmada-.
- Sí. ¿Y qué? -contestó Alberto rascándose la cabeza.
- Mira que eres tonto. ¡Es un número de teléfono!.
- ¿Quieres decir que te ha dado su número?
- Eso creo.
- ¿Y vas a llamar?
- No sé -contestó encogiéndose de hombros- Puede.
- Si decides hacerlo, yo estaré a tu lado -dijo tomándola cariñosamente por el brazo.
Eran casi las dos y media y la hierba estaba muy concurrida a esas horas. La gente salía a tumbarse un rato al sol después de comer antes de ir a clase o estudiar a la biblioteca de la facultad. Ellos estaban allí sentados, charlando, y de repente Lucía, muy resuelta, dijo:
- Voy a llamarle.
- Adelante -replicó Alberto.
Marcó los números y pulsó la tecla de llamada. Trancurrieron unos segundos que parecieron siglos, en los que ni las voces de la gente, ni las ramas de los árboles moviéndose bajo la brisa, ni ningún sonido era audible para ella. Solo el latir acelerado de su corazón.
El silencio se rompió de pronto cuando escuchó un timbre de llamada a la vez que por su teléfono escuchaba un tono. Lentamente retiró el aparato de su oreja mientras incrédula miraba a Alberto que sostenía su teléfono en la mano.
- ¿Eres... eres tú? -preguntó Lucía a pesar de que conocía la respuesta.
- Sí -Alberto contestó tímidamente.
Antes de que pudiera reaccionar, ella le soltó una bofetada, cogió su bolso y su carpeta y se marchó dejándole aturdido.
El fin de semana pasó sin pena ni gloria. El sábado salió a tomar algo con sus amigas pero no volvió muy tarde a casa y el domingo fue al cine con su hermana a ver una de esas películas de las que te arrepientes haber pagado por ellas a los diez minutos del comienzo. El lunes volvió a la biblioteca y al entrar en la sala miró de reojo la estantería. El libro no estaba. Se acercó para cerciorarse pero sus ojos no la habían engañado. Un tanto decepcionada se giró para ocupar su sitio y el corazón casi se le detiene en seco al ver el libro colocado en su sitio habitual. Quieta en mitad del pasillo buscó al culpable de aquello, pero no se puede encontrar nada cuando no se sabe qué se busca. Un par de chicos cuchicheaban en el fondo de la sala mientras compartían unos auriculares. Sus pies la llevaron hasta la silla y su mano la retiro para que pudiera sentarse.
Pasó cinco, quizá diez minutos sentada inmovil, mirando las tapas del voluminoso libro de matemáticas. De repente sus dedos movidos por la curiosidad buscaron el papel donde días atrás la tinta roja le había hecho sentir un escalofrío. Allí, en la página 669, en rojo brillante y en trazo fino se podía leer:
Eché de menos tu mensaje. Hoy te dejé el libro en la mesa para que no olvides escribirme. Por cierto, hoy estabas preciosa.
Cuando se repuso del sobresalto y fue capaz de controlar el temblor de sus manos, sacó su bolígrafo azul y escribió:
¿Quién coño eres? ¿Qué quieres?
Cerró el libro y salió de allí corriendo. Y no paró de correr hasta llegar a su casa.
Al día siguiente no volvió a la biblioteca, ni el miércoles tampoco. El juevés fue acompañada por un chico de su clase. Se conocían desde hace poco, apenas un par de meses, pero se llevaban bien. Se sentaban juntos y compartían ratos de estudio en la facultad y también baños de sol tumbados en el césped. En una de esas sesiones de bronceado le había contado todo sobre los misteriosos mensajes escondidos en el libro de cálculo.
- Mira Alberto, ahí está -susurró con voz temblorosa mientras señalaba el libro.
- Bien. Pues veamos si tienes correo Lucía -dijo mientras se acercaba al estante y tomaba el libro.
Se sentaron en la mesa y ella, con una precisión pasmosa abrió el libro por la página correcta. Y sí, tenía correo:
Siento haberte asustado, no era mi intención. No volveré a molestarte, pero si quieres encontrarme búscame en:
- Infinitas, series,
- Gregory, James
- ¿Y qué quiere decir con eso?
- Bueno, al menos te dejará en paz, así que olvídalo. ¿Te apetece un helado? -propuso Alberto con una sonrisa.
- Sí, ración doble de chocolate.
Después de cenar sacó de su carpeta la hoja donde se alternaban en rojo y azul las frases, y volvió a leer la última intentando descifrar qué quería decir el desconocido. Decidió empezar a indagar sobre el nombre propio, así que encendió su ordenador, se conectó a internet y puso en un buscador ese nombre, Gregory James. La primera entrada a la busqueda no era llamativa, pero la segunda sí. Hablaba de un matemático escocés que tenía ese nombre. Un mensaje que hablaba de un matemático en un libro de matemáticas. Una jaqueca tomó al asalto su cabeza, así que decidió irse a la cama y dejar de pensar.
La mañana llegó temprano. Tórpemente sacó la mano de debajo de la sábana y apagó el despertador. Reunió las fuerzas necesarias para salir de la cómoda horizontalidad y caminar hasta el baño. Abrió el grifo de agua fría y se lavó la cara. Al cerrar ese grifo se abrió otro, pero dentro de su cabeza que amaneció mucho más despejada de lo que se acostó. Corrió a su habitación, se vistio rápidamente y se dirigió a la biblioteca.
No se llevó el libro a su sitio habitual, se sentó en la mesa más proxima al estante donde se encontraba el libro de cálculo. Sacó el folio donde estaban los mensajes cruzados y buscó la primera pista -infinitas series-. Dio la vuelta al libro y buscó en el índice. Allí estaba:
Infinitas, series, 606
Con el pulso acelerado se fue hasta la G donde pacientemente aguardaba el señor Gregory:
Gregory, James (1638-1675), 340, 659
Tomó nota y salió zumbando hacia la facultad.
- ¡Alberto! - gritó al verle andando por un pasillo- ¡Lo he descifrado!.
- ¿Cómo?
- Era muy sencillo. Esta mañana me estaba lavando la cara y de repente, lo supe. Mira -y sacó del bolsillo el papel con sus anotaciones hechas en la biblioteca- Tres grupos de tres dígitos cada uno -exclamó entusiasmada-.
- Sí. ¿Y qué? -contestó Alberto rascándose la cabeza.
- Mira que eres tonto. ¡Es un número de teléfono!.
- ¿Quieres decir que te ha dado su número?
- Eso creo.
- ¿Y vas a llamar?
- No sé -contestó encogiéndose de hombros- Puede.
- Si decides hacerlo, yo estaré a tu lado -dijo tomándola cariñosamente por el brazo.
Eran casi las dos y media y la hierba estaba muy concurrida a esas horas. La gente salía a tumbarse un rato al sol después de comer antes de ir a clase o estudiar a la biblioteca de la facultad. Ellos estaban allí sentados, charlando, y de repente Lucía, muy resuelta, dijo:
- Voy a llamarle.
- Adelante -replicó Alberto.
Marcó los números y pulsó la tecla de llamada. Trancurrieron unos segundos que parecieron siglos, en los que ni las voces de la gente, ni las ramas de los árboles moviéndose bajo la brisa, ni ningún sonido era audible para ella. Solo el latir acelerado de su corazón.
El silencio se rompió de pronto cuando escuchó un timbre de llamada a la vez que por su teléfono escuchaba un tono. Lentamente retiró el aparato de su oreja mientras incrédula miraba a Alberto que sostenía su teléfono en la mano.
- ¿Eres... eres tú? -preguntó Lucía a pesar de que conocía la respuesta.
- Sí -Alberto contestó tímidamente.
Antes de que pudiera reaccionar, ella le soltó una bofetada, cogió su bolso y su carpeta y se marchó dejándole aturdido.
martes, mayo 25, 2004
Series de Taylor ( 1/3 )
Con la misma puntualidad de siempre franqueó la puerta a las 15:45. Saludó a los dos funcionarios del mostrador y se dirigió hacia la sala de estudio. Solo una persona se le había adelantado y hundía su cabeza en un mar de folios subrayados en chillones colores.
Dejó la carpeta y el estuche en su puesto habitual, ese cuya silla tenía ya la forma de su trasero, y se acercó hasta los estantes para buscar un libro. Allí, en la tercera balda metálica del estante de Ciencias Puras, le esperaban los señores Larson, Hostetler y Edwards. Tomó el pesado libro de cálculo y lo llevó hasta la mesa.
Abrío el libro y buscó la página 669 donde se empezaban a explicar las series de Taylor y Maclaurin. Allí encontro un folio doblado por la mitad que el día anterior había utilizado para no perder la página cuando necesitara cerrar el libro. En ese papel, además de números y tachones, había un poema que ella misma había escrito en uno de sus viajes en Metro, y un poco más abajo, aprovechando un hueco en blanco, había algo escrito en tinta roja, algo escrito en una letra que no era la suya:
El poema es precioso, pero hurente se escribe sin h.
Notó como se ruborizaba y de repente se sintió observada. Levantó la cabeza para mirar la sala, pero no había nadie más que ella y la adolescente de los folios multicolor. Volvió a leer aquella frase y no supo que le daba más vergüenza, si que alguien hubiera leído un poema suyo o la falta de ortografía.
La tarde fue pasando y la biblioteca se fue llenando de estudiantes. Breves momentos antes de que dieran las siete comenzó a recoger sus hojas. Cuando estaba a punto de cerrar el libro se detuvo. Sacó un folio en blanco de la carpeta, lo dobló por la mitad y en él escribió con boligrafo azul:
Gracias.
Y después lo colocó en la página 669 de nuevo.
Una mezcla de miedo y nervios con una pizca de esperanza se hacía fuerte en su estomago cuando al día siguiente se acercaba al estante para recoger el libro. No pudo esperar a llegar a la mesa y allí mismo, de pie frente a los libros de álgebra, de astronomía, de física, de qúimica, buscó el folio. Estaba en la misma página y había algo escrito en tinta roja. Se sentó en la mesa de siempre y leyó lo que había escrito bajo su gracias en azul:
No, gracias a ti. Además de ser preciosa escribes muy bien.
Sus ojos se abrieron y sus pupilas se dilataron como si la claridad dejase de entrar por las ventanas y los fluorescentes absorbieran luz en lugar de emitirla.
Esa tarde poco estudió. No podia sacarse de la cabeza la idea de que había alguien que la conocía, que la observaba. Podía ser cualquiera de los que estaban allí estudiando como ella. Decidió marcharse a casa sin responder a la tinta roja esta vez.
Dejó la carpeta y el estuche en su puesto habitual, ese cuya silla tenía ya la forma de su trasero, y se acercó hasta los estantes para buscar un libro. Allí, en la tercera balda metálica del estante de Ciencias Puras, le esperaban los señores Larson, Hostetler y Edwards. Tomó el pesado libro de cálculo y lo llevó hasta la mesa.
Abrío el libro y buscó la página 669 donde se empezaban a explicar las series de Taylor y Maclaurin. Allí encontro un folio doblado por la mitad que el día anterior había utilizado para no perder la página cuando necesitara cerrar el libro. En ese papel, además de números y tachones, había un poema que ella misma había escrito en uno de sus viajes en Metro, y un poco más abajo, aprovechando un hueco en blanco, había algo escrito en tinta roja, algo escrito en una letra que no era la suya:
El poema es precioso, pero hurente se escribe sin h.
Notó como se ruborizaba y de repente se sintió observada. Levantó la cabeza para mirar la sala, pero no había nadie más que ella y la adolescente de los folios multicolor. Volvió a leer aquella frase y no supo que le daba más vergüenza, si que alguien hubiera leído un poema suyo o la falta de ortografía.
La tarde fue pasando y la biblioteca se fue llenando de estudiantes. Breves momentos antes de que dieran las siete comenzó a recoger sus hojas. Cuando estaba a punto de cerrar el libro se detuvo. Sacó un folio en blanco de la carpeta, lo dobló por la mitad y en él escribió con boligrafo azul:
Gracias.
Y después lo colocó en la página 669 de nuevo.
Una mezcla de miedo y nervios con una pizca de esperanza se hacía fuerte en su estomago cuando al día siguiente se acercaba al estante para recoger el libro. No pudo esperar a llegar a la mesa y allí mismo, de pie frente a los libros de álgebra, de astronomía, de física, de qúimica, buscó el folio. Estaba en la misma página y había algo escrito en tinta roja. Se sentó en la mesa de siempre y leyó lo que había escrito bajo su gracias en azul:
No, gracias a ti. Además de ser preciosa escribes muy bien.
Sus ojos se abrieron y sus pupilas se dilataron como si la claridad dejase de entrar por las ventanas y los fluorescentes absorbieran luz en lugar de emitirla.
Esa tarde poco estudió. No podia sacarse de la cabeza la idea de que había alguien que la conocía, que la observaba. Podía ser cualquiera de los que estaban allí estudiando como ella. Decidió marcharse a casa sin responder a la tinta roja esta vez.
domingo, mayo 23, 2004
Nada es eterno
Para Annabel. Un beso.
Ni la luz del Sol será tibia solo cuando bañe tu rostro, ni la argentea Luna danzará únicamente para adornar tus noches por siempre. El solitario errar del cometa tendrá fin y no girará eternamente en torno a tus labios.
Las mareas dejarán de subir y bajar al compás que marca tu cuerpo recostado en la cama y los vientos no serán impulsados por el batir de tus pestañas. Las tormentas no gritarán más tu nombre.
Volverá la primavera de trinos y pétalos a sacarme del invierno, del infierno, pero no será tu sonrisa quien la anuncie, y de nuevo sudaré abrazado a un verano que no será el de tu piel. Contaré los pardos otoños que caerán de los árboles con mis dedos trenzados en otros que no serán los tuyos.
Porque si nada es eterno, si hasta las estrellas mueren, tu recuerdo morirá y mi dolor también. Y entonces... seré libre.
Ni la luz del Sol será tibia solo cuando bañe tu rostro, ni la argentea Luna danzará únicamente para adornar tus noches por siempre. El solitario errar del cometa tendrá fin y no girará eternamente en torno a tus labios.
Las mareas dejarán de subir y bajar al compás que marca tu cuerpo recostado en la cama y los vientos no serán impulsados por el batir de tus pestañas. Las tormentas no gritarán más tu nombre.
Volverá la primavera de trinos y pétalos a sacarme del invierno, del infierno, pero no será tu sonrisa quien la anuncie, y de nuevo sudaré abrazado a un verano que no será el de tu piel. Contaré los pardos otoños que caerán de los árboles con mis dedos trenzados en otros que no serán los tuyos.
Porque si nada es eterno, si hasta las estrellas mueren, tu recuerdo morirá y mi dolor también. Y entonces... seré libre.
jueves, mayo 20, 2004
Aroma de cambio
Un olor fresco a limón sacudió la pituitaria de Matt de tal modo que hasta los ojos se le entornaron y se llenaron de lágrimas.
- Joder Rob, ¿qué ha pasado aquí?
- Hola Matt. Pues ya ves, que estoy de limpieza.
- ¿Limpieza? - replicó atónito Matt -. ¡Pero si he tenido que comprobar mirando la fachada que se trataba de tu bar después de abrir la puerta!
- Bueno, una vez al año...
- La madre que me parió - comentó sorprendido mientras se acercaba a la barra -. ¡Pero si las baldosas son blancas y negras! Siempre había pensado que eran grises y negras.
- Muy gracioso. ¿Te pongo un bourbon o aún te dura la resaca de la otra noche?
- No, mejor ponme una cerveza bien fresquita, que hace un calor de mil demonios.
Rob sacó una Budweisser casi congelada de la cámara, la colocó sobre un posavasos verde, cuyas manchas delataban que había sido usado anteriormente y que, posiblemente volvería a ser reciclado.
- ¿Algo de picar?
- Sí, pero que sea algo que no hayas rociado con el detergente, por favor.
- Me alegra verte de buen humor Mattman.
- Y a mi me gusta tu aroma frutal Robbin.
Matt dió un trago a su cerveza y al soltarla aprovechó el viaje a la barra para capturar un par de cacahuetes que, indefensos sin sus cáscaras, no tuvieron tiempo ni de despedirse del resto.
- Bueno, ahora en serio. ¿Y éste cambio? Si has pintado el techo y todo, y limpiado los espejos y las repisas de las botellas.
- La primavera - dijo Rob sonriendo y encogiéndose de hombros.
- Yo había pensado que habías ganado un concurso de esos que te dan como premio tu peso en algo y que a ti te había tocado tu peso en detergente de limón - no pudo evitar una sonrisa malévola en su rostro antes de dar otro trago a la cerveza.
- Sabes Matt, estás tan gracioso que te voy a invitar a la cerveza.
- ¡Vaya! Muchas gracias chaval.
- Pero por aguantarte me debes tres pavos.
Terminó de apurar la cerveza y rebuscó en su cartera el dinero que pasaría a la caja registradore inmediatamente después.
- Bueno socio, me marcho.
- ¿Ya? Pero si apenas son las diez.
- Es que mañana tengo que madrugar. He encontrado trabajo, no es gran cosa pero pagará mis recibos y tus cervezas - contestó Matt mientras caminaba hacia la puerta.
- ¿Madrugar tú? No me hagas reir.
Matt salió del local, pero acto seguido introdujo de nuevo la cabeza y gritó desde la puerta:
- Por cierto, ¿qué va a ser lo próximo con lo que me sorprendas? ¿Una novia?
- Vete al diablo Matt. Y no vuelvas.
- Yo también te quiero Rob.
La puerta se cerró, los cacahuetes de la bandeja suspiraron aliviados por haber salido indemnes a otro cliente y Rob no pudo disimular una sonrisa en su cara.
Para los que no conozcan a Matt & Rob...
- Joder Rob, ¿qué ha pasado aquí?
- Hola Matt. Pues ya ves, que estoy de limpieza.
- ¿Limpieza? - replicó atónito Matt -. ¡Pero si he tenido que comprobar mirando la fachada que se trataba de tu bar después de abrir la puerta!
- Bueno, una vez al año...
- La madre que me parió - comentó sorprendido mientras se acercaba a la barra -. ¡Pero si las baldosas son blancas y negras! Siempre había pensado que eran grises y negras.
- Muy gracioso. ¿Te pongo un bourbon o aún te dura la resaca de la otra noche?
- No, mejor ponme una cerveza bien fresquita, que hace un calor de mil demonios.
Rob sacó una Budweisser casi congelada de la cámara, la colocó sobre un posavasos verde, cuyas manchas delataban que había sido usado anteriormente y que, posiblemente volvería a ser reciclado.
- ¿Algo de picar?
- Sí, pero que sea algo que no hayas rociado con el detergente, por favor.
- Me alegra verte de buen humor Mattman.
- Y a mi me gusta tu aroma frutal Robbin.
Matt dió un trago a su cerveza y al soltarla aprovechó el viaje a la barra para capturar un par de cacahuetes que, indefensos sin sus cáscaras, no tuvieron tiempo ni de despedirse del resto.
- Bueno, ahora en serio. ¿Y éste cambio? Si has pintado el techo y todo, y limpiado los espejos y las repisas de las botellas.
- La primavera - dijo Rob sonriendo y encogiéndose de hombros.
- Yo había pensado que habías ganado un concurso de esos que te dan como premio tu peso en algo y que a ti te había tocado tu peso en detergente de limón - no pudo evitar una sonrisa malévola en su rostro antes de dar otro trago a la cerveza.
- Sabes Matt, estás tan gracioso que te voy a invitar a la cerveza.
- ¡Vaya! Muchas gracias chaval.
- Pero por aguantarte me debes tres pavos.
Terminó de apurar la cerveza y rebuscó en su cartera el dinero que pasaría a la caja registradore inmediatamente después.
- Bueno socio, me marcho.
- ¿Ya? Pero si apenas son las diez.
- Es que mañana tengo que madrugar. He encontrado trabajo, no es gran cosa pero pagará mis recibos y tus cervezas - contestó Matt mientras caminaba hacia la puerta.
- ¿Madrugar tú? No me hagas reir.
Matt salió del local, pero acto seguido introdujo de nuevo la cabeza y gritó desde la puerta:
- Por cierto, ¿qué va a ser lo próximo con lo que me sorprendas? ¿Una novia?
- Vete al diablo Matt. Y no vuelvas.
- Yo también te quiero Rob.
La puerta se cerró, los cacahuetes de la bandeja suspiraron aliviados por haber salido indemnes a otro cliente y Rob no pudo disimular una sonrisa en su cara.
Para los que no conozcan a Matt & Rob...
martes, mayo 18, 2004
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24/03 03:36
Para: Ella
Me llaman pero no es en tu voz donde oigo mi nombre. Suena el teléfono pero no es tu nombre el de la pantalla. Así que abrazo fuerte tu recuerdo para que no se me escape :*
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lunes, mayo 17, 2004
Confesiones de mármol
Como muchas veces ocurre, han de ser los ojos los que vean aquello que el corazón no quiere ver
Las claraboyas del techo simulaban dejar paso a luz natural y algunos focos situados en las paredes aportaban una iluminación adicional necesaria para resaltar la belleza de alguna de las piezas. Solo las pisadas de un grupo de visitantes rompían el silencio que era como una obra de arte más del museo.
- Y aquí vemos la última obra que se le atribuye al artista - dijo la guía deteniéndose frente a la estatua de más de dos metros de altura -. Está considerada como un autorretrato y, como en el resto de su obra, utilizó para realizarla un mármol muy similar al de Carrara y las técnicas tradicionales de tallado y pulido del mismo.
El grupo de personas, la mayoría turistas, la contemplaban formando en semicírculo entorno a la magnífica pieza que, aburrida de posar durante siglos, les ignoraba perdiendo su mirada en un horizonte invisible.
- La pieza - continuó en tono robótico - muestra a un guerrero que pisa triunfante con su pierna izquierda el cuerpo decapitado de una enorme serpiente mientras que la espada que sostiene con la mano derecha ensarta su cabeza. Y con esto terminamos la visita - comentó sonriente la guía -. ¿Alguna pregunta?
Una mano se alzó. Un joven de unos quince años, libreta en mano y acné en el rostro se adelantó unos pasos.
- ¿Sí?
- ¿Qué es esa marca que tiene en el pecho? - señalo con el lápiz el agujero que la estatua tenía en el pectoral izquierdo.
- Pues - hizo una pausa para inspirar profundamente - según los historiadores oficiales no hay ningún dato concreto, pero desde siempre se ha contado que, un día, la dama de la que estaba enamorado el artista anunció su compromiso con un noble de la ciudad y a él le encargaron tallar una pieza como regalo de bodas. Cuando se enteró de tal noticia fue en busca de su amada y la encontró besándose con el noble. Regresó a su taller, tomó una maza - señaló la marca en el mármol - y clavó un cincél en el pecho de su estatua. Después desapareció de la ciudad y nunca más se volvió a saber de él hasta que se descubrió su tumba en una pequeña capilla al norte del país.
La guía les condujo hacia la salida a todos, menos a aquel muchacho que absorto se quedó contemplando la cálida frialdad de las formas arrancadas a la piedra. Se acercó a poco más de un metro y elevando su cabeza para mirarle a los ojos le preguntó:
- ¿Es eso cierto?
La pálida roca no contestó, así que el muchacho retrocedió y cuando estaba a punto de retirar la mirada de la figura, ésta respondio. Un pedacito pequeño de mármol cayó del orificio. Lo cogió y supo que la historia era verdad. ¿Por qué?. Porque ese fragmento era de color negro.
Las claraboyas del techo simulaban dejar paso a luz natural y algunos focos situados en las paredes aportaban una iluminación adicional necesaria para resaltar la belleza de alguna de las piezas. Solo las pisadas de un grupo de visitantes rompían el silencio que era como una obra de arte más del museo.
- Y aquí vemos la última obra que se le atribuye al artista - dijo la guía deteniéndose frente a la estatua de más de dos metros de altura -. Está considerada como un autorretrato y, como en el resto de su obra, utilizó para realizarla un mármol muy similar al de Carrara y las técnicas tradicionales de tallado y pulido del mismo.
El grupo de personas, la mayoría turistas, la contemplaban formando en semicírculo entorno a la magnífica pieza que, aburrida de posar durante siglos, les ignoraba perdiendo su mirada en un horizonte invisible.
- La pieza - continuó en tono robótico - muestra a un guerrero que pisa triunfante con su pierna izquierda el cuerpo decapitado de una enorme serpiente mientras que la espada que sostiene con la mano derecha ensarta su cabeza. Y con esto terminamos la visita - comentó sonriente la guía -. ¿Alguna pregunta?
Una mano se alzó. Un joven de unos quince años, libreta en mano y acné en el rostro se adelantó unos pasos.
- ¿Sí?
- ¿Qué es esa marca que tiene en el pecho? - señalo con el lápiz el agujero que la estatua tenía en el pectoral izquierdo.
- Pues - hizo una pausa para inspirar profundamente - según los historiadores oficiales no hay ningún dato concreto, pero desde siempre se ha contado que, un día, la dama de la que estaba enamorado el artista anunció su compromiso con un noble de la ciudad y a él le encargaron tallar una pieza como regalo de bodas. Cuando se enteró de tal noticia fue en busca de su amada y la encontró besándose con el noble. Regresó a su taller, tomó una maza - señaló la marca en el mármol - y clavó un cincél en el pecho de su estatua. Después desapareció de la ciudad y nunca más se volvió a saber de él hasta que se descubrió su tumba en una pequeña capilla al norte del país.
La guía les condujo hacia la salida a todos, menos a aquel muchacho que absorto se quedó contemplando la cálida frialdad de las formas arrancadas a la piedra. Se acercó a poco más de un metro y elevando su cabeza para mirarle a los ojos le preguntó:
- ¿Es eso cierto?
La pálida roca no contestó, así que el muchacho retrocedió y cuando estaba a punto de retirar la mirada de la figura, ésta respondio. Un pedacito pequeño de mármol cayó del orificio. Lo cogió y supo que la historia era verdad. ¿Por qué?. Porque ese fragmento era de color negro.
domingo, mayo 16, 2004
¿Cultura para todos?
La realidad supera a la ficción. En la biblioteca municipal que tengo cerca de casa, de la que saco libros y cd's, me encontré hace poco con unos carteles que contenían el texto que ahora paso a reproducir:
NO AL PRÉSTAMO DE PAGO
La directiva 92/100 de la Comisión Europea regula el cobro de un canon por derechos de autor en el préstamo de obras de creación. Ademas, comtempla que los Estados miembros eximan de pago de derechos a determinados establecimientos, como bibliotecas.
Aunque todavía está por decidir cómo aplicar éste canon, con toda probabilidad repercutirá en los presupuestos de las bibliotecas destinados a la compra de libros, con la consecuente merma de sus fondos y el evidente perjuicio para los usuarios.
Las colecciones de las bibliotecas públicas y las actividades de fomento de la lectura que se llevan a cabo en ellas representan un apoyo incondicional a todos los creadores, dando a conocer sus obras y difundiéndolas en la sociedad.
Bibliotecarios, editores, libreros lectores y autores queremos unirnos para impedir que se establezca el canon por derechos de autor en bibliotecas y mantener así el espíritu de servicio de acceso libre y gratuito a la información que caracteriza a las bibliotecas.
Ademas de carteles y octavillas con éste texto, había una recogida de firmas para protestar por esta medida. Yo firmé, y os animo a que os paséis por vuestra biblioteca más cercana y hagáis lo mismo.
Yo estoy totalmente en contra, porque como siempre, somos europeos a la hora de pagar más, pero a la hora de subir los sueldos nadie nos equipara. Sin cultura, sin capacidad de pensar y decidir por nosotros mismos, nos convertiremos en lo que los políticos quieren, ovejas manipulables que solo piensan en fútbol y programas del corazón. No lo consintamos.
NO AL PRÉSTAMO DE PAGO
La directiva 92/100 de la Comisión Europea regula el cobro de un canon por derechos de autor en el préstamo de obras de creación. Ademas, comtempla que los Estados miembros eximan de pago de derechos a determinados establecimientos, como bibliotecas.
Aunque todavía está por decidir cómo aplicar éste canon, con toda probabilidad repercutirá en los presupuestos de las bibliotecas destinados a la compra de libros, con la consecuente merma de sus fondos y el evidente perjuicio para los usuarios.
Las colecciones de las bibliotecas públicas y las actividades de fomento de la lectura que se llevan a cabo en ellas representan un apoyo incondicional a todos los creadores, dando a conocer sus obras y difundiéndolas en la sociedad.
Bibliotecarios, editores, libreros lectores y autores queremos unirnos para impedir que se establezca el canon por derechos de autor en bibliotecas y mantener así el espíritu de servicio de acceso libre y gratuito a la información que caracteriza a las bibliotecas.
Ademas de carteles y octavillas con éste texto, había una recogida de firmas para protestar por esta medida. Yo firmé, y os animo a que os paséis por vuestra biblioteca más cercana y hagáis lo mismo.
Yo estoy totalmente en contra, porque como siempre, somos europeos a la hora de pagar más, pero a la hora de subir los sueldos nadie nos equipara. Sin cultura, sin capacidad de pensar y decidir por nosotros mismos, nos convertiremos en lo que los políticos quieren, ovejas manipulables que solo piensan en fútbol y programas del corazón. No lo consintamos.
viernes, mayo 14, 2004
A quien corresponda (2ª parte)
Éste texto está dedicado a vos Milady. Feliz cumpleaños.
El coche se detuvo y ella salió con el pequeño Erik. Le tomó en brazos mientras el Cadillac se alejaba llevándose consigo sus últimos tres años de vida. La puerta de embarque 46 les esperaba.
El avión comenzó a carretear por la pista. Erik miraba con cara de asombro por la ventanilla. Cuando los motores rugieron para acelerar al aparato se asustó y se abrazó a su madre que le calmó susurrándole al oído. En unos minutos el avión alcanzó la altitud de vuelo y ya más tranquilo se dedicó a observar con entusiasmo por la ventana cómo las nubes quedaban bajo él.
Cuando uno tiene la venganza como objetivo ni el cansancio ni el temor son obstáculos. El verdadero problema es apresurarse y cometer un error. Por eso ella no se puso plazos, si había aguantado sus desplantes y sus infidelidades durante más de dos años, por un par de meses más no iba a pasar nada.
La primera vez le siguió tras sospechar de las repentinas reuniones, y descubrió que acababan en la suite 806 del Bristol Hotel. Discusiones, amenazas de divorcio y promesas de cambio. Todo pareció arreglarse, y ella quedó embarazada. A los pocos meses de dar a luz, volvieron los viajes de negocios y las ausencias. Ahora no era la impersonal habitación de un hotel donde se consumaban las traiciones si no en un par de casas de campo a nombre de alguna de las empresas de él. En aquel momento, sola con su hijo en la enorme casa llena de lujos y hueca de felicidad, el suelo parecía moverse bajo sus pies como las olas embravecidas en alta mar y se agarro al cuello de la botella para evitar hundirse. Mal salvavidas.
Pero la mirada llena de vida de su hijo la salvó, y en su mente se gestó otra hija de nombre Venganza. Empezó a interesarse por el estado de sus cuentas. Nunca se había preocupado por saber cómo llegaba el dinero a casa, puesto que ella tenía una asignación mensual de tres mil dólares para sus gastos, pero al husmear en el ordenador portatil de su marido, algunos archivos protegidos despertaron su curiosidad.
Es increible lo que se puede conseguir con un escote generoso, unas poses ensayadas y una voz sugerente. Por ejemplo puedes conseguir que el veinteañero administrador del ciber-café del centro comercial acceda a los archivos restringidos del portatil de tu esposo. Y después de todo no le engañó, no se fue de su casa con las manos vacías... se llevó doscientos dólares.
Poco a poco, cada vez que el ordenador se quedaba en el despacho y no se lo llevaba a una de sus "reuniones", ella buscaba algo digno de ser ocultado. Y entre la agenda telefónica y las fotos de sus putitas encontró lo que buscaba, datos de sus empresas. Contratos, acciones, organigramas, informes y lo mejor de todo, contabilidades.
Y la luz se hizo. Y la risa brotó. Y la venganza se consumaba. ¿Qué pensarían los analistas bursátiles del Financial Times, que nombraron empresario del año a su marido por sus ganancias, si vieran lo que ella estaba viendo?
Un turbulencia la despertó del sueño ligero inducido por el zumbido constante y monótono de los motores. Tras una breve desorientación, pronto recuperó la calma y la sonrisa. Recordó que la noche anterior había reservado los dos billetes de avión hacia Grecia y que las maravillas de la banca on-line hacían que ella y su hijo fueran ahora varios millones de dólares más ricos. Pulsas una tecla y de repente el dinero que estaba en un banco Suizo ahora está tostándose en las Islas Caimán.
De todos modos, para asegurarse de que no estaba en un sueño, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó el recibo de la oficina de Correos. Lo desdobló con cuidado, como si de un códice medieval se tratase, y leyó en susurros la direccíón que recibiría mañana a primera hora el paquete que contenía los discos compactos con la doble contabilidad y las pruebas del blanqueo de dinero de las empresas del Sr. Hudson. En la dirección se leía Departamento del Tesoro, sección de Delitos Fiscales.
El coche se detuvo y ella salió con el pequeño Erik. Le tomó en brazos mientras el Cadillac se alejaba llevándose consigo sus últimos tres años de vida. La puerta de embarque 46 les esperaba.
El avión comenzó a carretear por la pista. Erik miraba con cara de asombro por la ventanilla. Cuando los motores rugieron para acelerar al aparato se asustó y se abrazó a su madre que le calmó susurrándole al oído. En unos minutos el avión alcanzó la altitud de vuelo y ya más tranquilo se dedicó a observar con entusiasmo por la ventana cómo las nubes quedaban bajo él.
Cuando uno tiene la venganza como objetivo ni el cansancio ni el temor son obstáculos. El verdadero problema es apresurarse y cometer un error. Por eso ella no se puso plazos, si había aguantado sus desplantes y sus infidelidades durante más de dos años, por un par de meses más no iba a pasar nada.
La primera vez le siguió tras sospechar de las repentinas reuniones, y descubrió que acababan en la suite 806 del Bristol Hotel. Discusiones, amenazas de divorcio y promesas de cambio. Todo pareció arreglarse, y ella quedó embarazada. A los pocos meses de dar a luz, volvieron los viajes de negocios y las ausencias. Ahora no era la impersonal habitación de un hotel donde se consumaban las traiciones si no en un par de casas de campo a nombre de alguna de las empresas de él. En aquel momento, sola con su hijo en la enorme casa llena de lujos y hueca de felicidad, el suelo parecía moverse bajo sus pies como las olas embravecidas en alta mar y se agarro al cuello de la botella para evitar hundirse. Mal salvavidas.
Pero la mirada llena de vida de su hijo la salvó, y en su mente se gestó otra hija de nombre Venganza. Empezó a interesarse por el estado de sus cuentas. Nunca se había preocupado por saber cómo llegaba el dinero a casa, puesto que ella tenía una asignación mensual de tres mil dólares para sus gastos, pero al husmear en el ordenador portatil de su marido, algunos archivos protegidos despertaron su curiosidad.
Es increible lo que se puede conseguir con un escote generoso, unas poses ensayadas y una voz sugerente. Por ejemplo puedes conseguir que el veinteañero administrador del ciber-café del centro comercial acceda a los archivos restringidos del portatil de tu esposo. Y después de todo no le engañó, no se fue de su casa con las manos vacías... se llevó doscientos dólares.
Poco a poco, cada vez que el ordenador se quedaba en el despacho y no se lo llevaba a una de sus "reuniones", ella buscaba algo digno de ser ocultado. Y entre la agenda telefónica y las fotos de sus putitas encontró lo que buscaba, datos de sus empresas. Contratos, acciones, organigramas, informes y lo mejor de todo, contabilidades.
Y la luz se hizo. Y la risa brotó. Y la venganza se consumaba. ¿Qué pensarían los analistas bursátiles del Financial Times, que nombraron empresario del año a su marido por sus ganancias, si vieran lo que ella estaba viendo?
Un turbulencia la despertó del sueño ligero inducido por el zumbido constante y monótono de los motores. Tras una breve desorientación, pronto recuperó la calma y la sonrisa. Recordó que la noche anterior había reservado los dos billetes de avión hacia Grecia y que las maravillas de la banca on-line hacían que ella y su hijo fueran ahora varios millones de dólares más ricos. Pulsas una tecla y de repente el dinero que estaba en un banco Suizo ahora está tostándose en las Islas Caimán.
De todos modos, para asegurarse de que no estaba en un sueño, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó el recibo de la oficina de Correos. Lo desdobló con cuidado, como si de un códice medieval se tratase, y leyó en susurros la direccíón que recibiría mañana a primera hora el paquete que contenía los discos compactos con la doble contabilidad y las pruebas del blanqueo de dinero de las empresas del Sr. Hudson. En la dirección se leía Departamento del Tesoro, sección de Delitos Fiscales.
jueves, mayo 13, 2004
A quien corresponda (1ª parte)
Éste texto está dedicado a vos Milady. Feliz cumpleaños.
El lujoso Cadillac negro se detuvo frente a la oficina de Correos. El chofer descendió y como muchas otras veces abrió la puerta a la Sra. Hudson, pero esta vez bajó del coche más radiante que nunca. Vestía unos desgastados tejanos azules muy ceñidos, botas marrones de cowgirl y una blusa blanca y holgada que dejaba al descubierto uno de sus hombros. La palidez de su piel contrastaba con el fulgor rojizo del brillo de su pelo al sol de la mañana.
Recorrió el breve espacio que la separaba de las escaleras de la oficina postal con paso lento y elegante, casi parecía escoger qué baldosas de la acera serían honradas con su pisada. La puerta automática se abrió para recibirla y caminó hasta el mostrador de envíos mientras se convertía en el centro de las miradas de un par de carteros que charlaban sobre baseball en la puerta del almacén.
- Hola. Quiero enviar este paquete por correo certificado urgente - dijo mientras se colocaba las gafas de sol a modo de diadema sobre su larga y lisa melena pelirroja.
- Muy bien. Rellene éste impreso - contestó el funcionario tras el mostrador mientras colocaba el paquete en la báscula para pesarlo.
Comprobó que todos los datos eran correctos, selló la copia que entregaría a la hermosa pelirroja que le había alegrado la mañana y certificó el paquete.
- Son ocho dólares con quince centavos - anunció estirando la mano para alcanzarle el recibo.
Ella sacó un billete de diez dólares de su bolsillo, se lo entregó y mientras volvía a ponerse las gafas le dijo sonriendo: - Quédese son el cambio. Acto seguido se giró y abandonó la oficina bajo la atenta mirada del funcionario, que no podía apartar sus ojos del sugerente cuerpo de aquella mujer que no encajaba en un sitio como ése.
Volvió al coche con la misma expresión en la cara que se tiene cuando se adivina un acertijo, era la expresión de la victoria. Cerró la puerta e indicó al chofer que se dirigiese al aeropuerto.
En el asiento trasero del vehículo le esperaban un gorila y un tigre que eran hábilmente manejados por las manos de un pequeño de apenas un metro de estatura, mirada de bronce, cara salpicada de pecas y con el pelo rizado de color puesta de sol, como el de su madre.
Mientras le observaba allí, jugando despreocupado, pensó en todo lo que tenía que agradecerle, puesto que él fue quien le salvo la vida. Recordó como seis meses atrás, cuando ella, borracha de melancolía y de vodka, acababa de destrozar la habitación y sostenía un pedazo de cristal sobre su muñeca izquierda. En ese momento en el que entre sollozos estaba a punto de cortarse las venas, el pequeño Erik entró en la habitación y con paso vacilante caminó sonriente hasta ella. No podía dejarle solo.
Cuando Gillian Foxworth se casó con Daniel Hudson fue la envidia de las jóvenes de todo el estado. Él era un joven empresario que empezaba a ganar más dinero del que podía gastar, así que una vida llena de lujos parecía ser el complemento ideal al amor. Lástima que éste se acabase al mismo ritmo al que llegaba el dinero.
El lujoso Cadillac negro se detuvo frente a la oficina de Correos. El chofer descendió y como muchas otras veces abrió la puerta a la Sra. Hudson, pero esta vez bajó del coche más radiante que nunca. Vestía unos desgastados tejanos azules muy ceñidos, botas marrones de cowgirl y una blusa blanca y holgada que dejaba al descubierto uno de sus hombros. La palidez de su piel contrastaba con el fulgor rojizo del brillo de su pelo al sol de la mañana.
Recorrió el breve espacio que la separaba de las escaleras de la oficina postal con paso lento y elegante, casi parecía escoger qué baldosas de la acera serían honradas con su pisada. La puerta automática se abrió para recibirla y caminó hasta el mostrador de envíos mientras se convertía en el centro de las miradas de un par de carteros que charlaban sobre baseball en la puerta del almacén.
- Hola. Quiero enviar este paquete por correo certificado urgente - dijo mientras se colocaba las gafas de sol a modo de diadema sobre su larga y lisa melena pelirroja.
- Muy bien. Rellene éste impreso - contestó el funcionario tras el mostrador mientras colocaba el paquete en la báscula para pesarlo.
Comprobó que todos los datos eran correctos, selló la copia que entregaría a la hermosa pelirroja que le había alegrado la mañana y certificó el paquete.
- Son ocho dólares con quince centavos - anunció estirando la mano para alcanzarle el recibo.
Ella sacó un billete de diez dólares de su bolsillo, se lo entregó y mientras volvía a ponerse las gafas le dijo sonriendo: - Quédese son el cambio. Acto seguido se giró y abandonó la oficina bajo la atenta mirada del funcionario, que no podía apartar sus ojos del sugerente cuerpo de aquella mujer que no encajaba en un sitio como ése.
Volvió al coche con la misma expresión en la cara que se tiene cuando se adivina un acertijo, era la expresión de la victoria. Cerró la puerta e indicó al chofer que se dirigiese al aeropuerto.
En el asiento trasero del vehículo le esperaban un gorila y un tigre que eran hábilmente manejados por las manos de un pequeño de apenas un metro de estatura, mirada de bronce, cara salpicada de pecas y con el pelo rizado de color puesta de sol, como el de su madre.
Mientras le observaba allí, jugando despreocupado, pensó en todo lo que tenía que agradecerle, puesto que él fue quien le salvo la vida. Recordó como seis meses atrás, cuando ella, borracha de melancolía y de vodka, acababa de destrozar la habitación y sostenía un pedazo de cristal sobre su muñeca izquierda. En ese momento en el que entre sollozos estaba a punto de cortarse las venas, el pequeño Erik entró en la habitación y con paso vacilante caminó sonriente hasta ella. No podía dejarle solo.
Cuando Gillian Foxworth se casó con Daniel Hudson fue la envidia de las jóvenes de todo el estado. Él era un joven empresario que empezaba a ganar más dinero del que podía gastar, así que una vida llena de lujos parecía ser el complemento ideal al amor. Lástima que éste se acabase al mismo ritmo al que llegaba el dinero.
miércoles, mayo 12, 2004
Gotas y segundos
Camino por un Madrid monótono, de color melancolía y lágrimas en las aceras. El techo de la ciudad se resiste a cambiar de color y mantiene tozudo el gris mientras la primavera está de vacaciones en las Barbados.
Una llovizna insiste en cubrirlo todo. Mientras, un niño comprueba la estanqueidad de sus botas de agua metiendo los pies en el alcorque inundado de una acacia que pide a gritos un rayo de sol.
Por el paseo un mar de paraguas, y bajo ellos, caminando con prisas de un lado a otro, rostros frios. Una anciana defiende su peinado con una bolsa de plástico sobre la cabeza y olvida las zapatillas de andar por casa que lleva puestas.
Al llegar a mi portal mi abrigo y mi pelo estan mojados. Mi reflejo me saluda en el espejo de la entrada y me enseña una cana más que ayer no estaba. Y al mirar mi pelo y mi abrigo me doy cuenta de algo: los segundos son como gotas de lluvia, insignificantes uno a uno, pero que acaban por empaparte.
Una llovizna insiste en cubrirlo todo. Mientras, un niño comprueba la estanqueidad de sus botas de agua metiendo los pies en el alcorque inundado de una acacia que pide a gritos un rayo de sol.
Por el paseo un mar de paraguas, y bajo ellos, caminando con prisas de un lado a otro, rostros frios. Una anciana defiende su peinado con una bolsa de plástico sobre la cabeza y olvida las zapatillas de andar por casa que lleva puestas.
Al llegar a mi portal mi abrigo y mi pelo estan mojados. Mi reflejo me saluda en el espejo de la entrada y me enseña una cana más que ayer no estaba. Y al mirar mi pelo y mi abrigo me doy cuenta de algo: los segundos son como gotas de lluvia, insignificantes uno a uno, pero que acaban por empaparte.
lunes, mayo 10, 2004
La reserva
- Hola. ¿Su nombre, por favor?
- Stephan Berger.
- Pues lo siento pero no hay ninguna reserva a ése nombre. No está en la lista.
- Eso debe ser un error.
- No Sr. Berger, he repasado la lista y no aparece.
- ¿Es por mi aspecto? ¿Es eso?
- Ése no es el motivo. Ya le he dicho que su nombre no está en la lista. Simplemente eso.
- ¡Pero si me acaban de decir abajo que subiera!
- Es que es lo que hacen siempre. Ellos se quitan el muerto de encima y envían a todo el mundo aquí. Y somos nosotros los que quedamos mal al decir que solo pueden acceder los que estén en nuestra lista.
- ¡Maldita sea!
- Lo que puedo hacer es mirar en el ordenador por si tiene reserva en otro lugar. ¿Quiere que lo haga?
- Si fuera usted tan amable.
- No tardo nada. Berger, Stephan. ¿Correcto?
- Así es.
- Sí, aquí está Sr. Berger. Usted tiene una reserva... en el Infierno.
- Stephan Berger.
- Pues lo siento pero no hay ninguna reserva a ése nombre. No está en la lista.
- Eso debe ser un error.
- No Sr. Berger, he repasado la lista y no aparece.
- ¿Es por mi aspecto? ¿Es eso?
- Ése no es el motivo. Ya le he dicho que su nombre no está en la lista. Simplemente eso.
- ¡Pero si me acaban de decir abajo que subiera!
- Es que es lo que hacen siempre. Ellos se quitan el muerto de encima y envían a todo el mundo aquí. Y somos nosotros los que quedamos mal al decir que solo pueden acceder los que estén en nuestra lista.
- ¡Maldita sea!
- Lo que puedo hacer es mirar en el ordenador por si tiene reserva en otro lugar. ¿Quiere que lo haga?
- Si fuera usted tan amable.
- No tardo nada. Berger, Stephan. ¿Correcto?
- Así es.
- Sí, aquí está Sr. Berger. Usted tiene una reserva... en el Infierno.
domingo, mayo 09, 2004
Óleo sobre lienzo
Luces iridiscentes resplancediendo en la noche.
Ondas de presión inundan los oídos de personas que saltan movidas por el ritmo de seis cuerdas, unos bombos y unas teclas.
Una voz canta palabras que conozco por ti.
Y sin darme cuenta estoy dentro de un cuadro en el que hay tres personajes, tu recuerdo, mis lágrimas... y yo.
Ondas de presión inundan los oídos de personas que saltan movidas por el ritmo de seis cuerdas, unos bombos y unas teclas.
Una voz canta palabras que conozco por ti.
Y sin darme cuenta estoy dentro de un cuadro en el que hay tres personajes, tu recuerdo, mis lágrimas... y yo.
viernes, mayo 07, 2004
El Beso (2ª parte)
En ese momento no sólo parecía que eramos las dos únicas personas en el local, si no que además no había música, no había voces, no había ruido...
Estaba allí, junto a aquella hermosa mujer de negro, junto a aquellos labios por los que cualquiera daría su último aliento de vida con tal de besarlos... y yo los besé.
Fue un beso lento, cálido, dulce, un beso apasionado pero tierno. Un beso como nunca antes me habían dado... ni me darán.
Entonces me sentí muy bien, una sensación de plenitud inundó todo mi cuerpo.
Al separar mis labios de los suyos, dentro de mi cabeza de repente entendí lo ocurrido. No me molesta reconocer que al principió me sorprendió, pero al instante, mi reacción fue reir. Reirme de lo tonto que había sido al pensar que yo había ligado con una mujer tan hermosa.
Encaminó sus pasos hacia la puerta y yo fui tras ella. Una vez en la calle, nos sentamos en un banco de madera. No paraba de juguetear con su colgante de plata. Tras unos minutos le pregunté:
- ¿A qué esperamos?
Ella respondió sonriéndome con ternura:
- Debe ser aquí.
La ambulancia no tardo en acallar el bullicio de la gente con sus luces parpadeantes y su ensordecedora sirena. Apenas se detuvo el vehículo dos medicos se precipitaron dentro del bar. El tercero fue el que abrió la parte trasera para bajar la camilla, que a duras penas entró por la puerta del local.
No sé cuanto tiempo pasó desde que entraron hasta que salieron empujando la camilla, en la que... en la que vi mi cuerpo tumbado, inerte. En la cara una mascarilla, el pecho al descubierto lleno de cables conectados a un electrocardiógrafo que emitía pitidos breves y arrítmicos al tiempo que dibujaba una verdosa línea irregular en la pantalla.
Entoces ella, la hermosa mujer de negro, dejó de jugar con su curioso colgante. Soltó la pequeña guadaña de plata y me cogió tiernamente la mano. Y de nuevo el silencio, solo roto por el pitido constante de aquel aparato.
Ella me explicó lo que más tarde les dirían a mi familia y amigos: un aneurisma en la aorta, una dilatación anormal de esa arteria, que al reventar produjo una hemorragia interna masiva que fue la causa de la muerte.
Pero yo sé, que el verdadero motivo fue aquel beso, el beso que me dio aquella hermosa dama... que vestía de negro.
Estaba allí, junto a aquella hermosa mujer de negro, junto a aquellos labios por los que cualquiera daría su último aliento de vida con tal de besarlos... y yo los besé.
Fue un beso lento, cálido, dulce, un beso apasionado pero tierno. Un beso como nunca antes me habían dado... ni me darán.
Entonces me sentí muy bien, una sensación de plenitud inundó todo mi cuerpo.
Al separar mis labios de los suyos, dentro de mi cabeza de repente entendí lo ocurrido. No me molesta reconocer que al principió me sorprendió, pero al instante, mi reacción fue reir. Reirme de lo tonto que había sido al pensar que yo había ligado con una mujer tan hermosa.
Encaminó sus pasos hacia la puerta y yo fui tras ella. Una vez en la calle, nos sentamos en un banco de madera. No paraba de juguetear con su colgante de plata. Tras unos minutos le pregunté:
- ¿A qué esperamos?
Ella respondió sonriéndome con ternura:
- Debe ser aquí.
La ambulancia no tardo en acallar el bullicio de la gente con sus luces parpadeantes y su ensordecedora sirena. Apenas se detuvo el vehículo dos medicos se precipitaron dentro del bar. El tercero fue el que abrió la parte trasera para bajar la camilla, que a duras penas entró por la puerta del local.
No sé cuanto tiempo pasó desde que entraron hasta que salieron empujando la camilla, en la que... en la que vi mi cuerpo tumbado, inerte. En la cara una mascarilla, el pecho al descubierto lleno de cables conectados a un electrocardiógrafo que emitía pitidos breves y arrítmicos al tiempo que dibujaba una verdosa línea irregular en la pantalla.
Entoces ella, la hermosa mujer de negro, dejó de jugar con su curioso colgante. Soltó la pequeña guadaña de plata y me cogió tiernamente la mano. Y de nuevo el silencio, solo roto por el pitido constante de aquel aparato.
Ella me explicó lo que más tarde les dirían a mi familia y amigos: un aneurisma en la aorta, una dilatación anormal de esa arteria, que al reventar produjo una hemorragia interna masiva que fue la causa de la muerte.
Pero yo sé, que el verdadero motivo fue aquel beso, el beso que me dio aquella hermosa dama... que vestía de negro.
jueves, mayo 06, 2004
El Beso (1ª parte)
Bueno, esta es el primer texto más o menos largo que escribí. Fue hace un par de años para un programa de radio, pero no les gusto y no lo leyeron en antena. Luego lo subí en la web de una amiga, allí se quedó y yo dejé de escribir.
Hoy lo recupero para mi blog, y espero que os guste. Yo le tengo mucho cariño.
Aquel sábado por la noche, la zona de bares junto al puerto estaba tan llena como cabría esperar para esas fechas del año.
Como de costumbre, nosotros empezabamos nuestra particular peregrinación por los sitios de copas en busca de diversión. Y como siempre, el punto de partida era el local del hermano de Jaime, donde las copas eran gratis. Jamás podría haber imaginado lo distinta que aquella noche sería.
Después de un rato de buena música y risas entre mis amigos, algo ocurrió. De repente me sentí observado, cosa que no deja de ser normal en un bar de copas, pero esto era distinto. Era como si me estuvieran clavando la mirada en la nuca, así que me giré... y la vi.
No sé porqué, pero me resultó familiar. Estaba seguro de que era la primera vez que la veía, pero no podía evitar la sesación de conocerla, como si hubiera sabido algo acerca de ella toda la vida. Además, siempre fui bueno recordando caras, y esta era inconfundible.
Era un rostro oval, de facciones dulces y perfectas proporciones. Su piel era más bien pálida, pero parecía ser tan tersa como el algodón. Sus ojos eran de un negro profundo, tan profundo que pensé que me precipitaba en ellos, y los rizos de su pelo azabache, que caían grácilmente por sus hombros, me invitaban a permanecer el resto de mis días atrapado en ellos. Y de entre la palidez de su rostro y la oscuridad de su pelo, emergían triunfantes sus labios. Cómo describir aquellos labios, los labios más deliciosamente hermosos y provocadores que nunca vió un ser humano. Para hacerme entender, solo diré que cualquiera daría su último aliento de vida, con tal de besar aquellos labios.
Mientras estaba absorto deleitándome en la visión de esos labios, pude caer en la cuenta de algo. Mientras jugueteaba con el colgante plateado de su cuello, me miraba a mí. De entre todo el local, de entre todos los hombres, de entre todo el grupo que formábamos... me miraba a mí. Y al parecer, ninguno de mis amigos se había fijado en ella, porque de haberla visto alguno se hubiera lanzado como una fiera en busca de su presa.
En mi mente me parecía estar viendo como el guaperas de Jaime se acercaba a ella y le contaba el típico rollo con el que siempre acababa haciendo "una muesca más en su revolver". !Qué tío!. Lo que más rabia me daba es que a él le funcionaba siempre, y yo jamás tuve el coraje suficiente para intentarlo. Pero esta vez no. Esta vez ella me miraba solo a mí. Era como si estuviesemos ella y yo, a solas.
A medida que se acercaba pude comprobar que además de un rostro hermoso, tenía un cuerpo sobrenatural. El vestido, de terciopelo negro, era largo y de tirantes. Era como una segunda piel que realzaba todas y cada una de sus curvas. No parecía caminar, era como si flotase, así que miré a sus pies para cerciorarme de que no era un fantasma. Pues claro que era real, !qué tonteria!
Se detuvo frente a mí. Era tan hermosa.
( Continuará... )
Hoy lo recupero para mi blog, y espero que os guste. Yo le tengo mucho cariño.
Aquel sábado por la noche, la zona de bares junto al puerto estaba tan llena como cabría esperar para esas fechas del año.
Como de costumbre, nosotros empezabamos nuestra particular peregrinación por los sitios de copas en busca de diversión. Y como siempre, el punto de partida era el local del hermano de Jaime, donde las copas eran gratis. Jamás podría haber imaginado lo distinta que aquella noche sería.
Después de un rato de buena música y risas entre mis amigos, algo ocurrió. De repente me sentí observado, cosa que no deja de ser normal en un bar de copas, pero esto era distinto. Era como si me estuvieran clavando la mirada en la nuca, así que me giré... y la vi.
No sé porqué, pero me resultó familiar. Estaba seguro de que era la primera vez que la veía, pero no podía evitar la sesación de conocerla, como si hubiera sabido algo acerca de ella toda la vida. Además, siempre fui bueno recordando caras, y esta era inconfundible.
Era un rostro oval, de facciones dulces y perfectas proporciones. Su piel era más bien pálida, pero parecía ser tan tersa como el algodón. Sus ojos eran de un negro profundo, tan profundo que pensé que me precipitaba en ellos, y los rizos de su pelo azabache, que caían grácilmente por sus hombros, me invitaban a permanecer el resto de mis días atrapado en ellos. Y de entre la palidez de su rostro y la oscuridad de su pelo, emergían triunfantes sus labios. Cómo describir aquellos labios, los labios más deliciosamente hermosos y provocadores que nunca vió un ser humano. Para hacerme entender, solo diré que cualquiera daría su último aliento de vida, con tal de besar aquellos labios.
Mientras estaba absorto deleitándome en la visión de esos labios, pude caer en la cuenta de algo. Mientras jugueteaba con el colgante plateado de su cuello, me miraba a mí. De entre todo el local, de entre todos los hombres, de entre todo el grupo que formábamos... me miraba a mí. Y al parecer, ninguno de mis amigos se había fijado en ella, porque de haberla visto alguno se hubiera lanzado como una fiera en busca de su presa.
En mi mente me parecía estar viendo como el guaperas de Jaime se acercaba a ella y le contaba el típico rollo con el que siempre acababa haciendo "una muesca más en su revolver". !Qué tío!. Lo que más rabia me daba es que a él le funcionaba siempre, y yo jamás tuve el coraje suficiente para intentarlo. Pero esta vez no. Esta vez ella me miraba solo a mí. Era como si estuviesemos ella y yo, a solas.
A medida que se acercaba pude comprobar que además de un rostro hermoso, tenía un cuerpo sobrenatural. El vestido, de terciopelo negro, era largo y de tirantes. Era como una segunda piel que realzaba todas y cada una de sus curvas. No parecía caminar, era como si flotase, así que miré a sus pies para cerciorarme de que no era un fantasma. Pues claro que era real, !qué tonteria!
Se detuvo frente a mí. Era tan hermosa.
( Continuará... )
miércoles, mayo 05, 2004
Payaso triste
Ellos rien. Dicen que soy gracioso. Supongo que lo soy... que sé serlo mientras les hago reir. Supongo que pensarán que soy feliz. Alguien que siempre hace reir a los demás debe serlo, ¿no?.
Pero hay veces que cuesta trabajo ser lo que todos creen que eres. En algunas ocasiones salir al escenario es jodidamente dificil. Vesti la giuba dice Leoncavallo en su ópera. No importa que esté hecho mierda por dentro, que me sienta solo entre tanta gente, que me sienta perdido, que no sepa qué va a ser de mi vida, que note cómo el tiempo se me escapa, que vea como todos a mi alrededor avanzan mientras el ancla que pende de mi alma se hace cada vez más pesada, que espere su llegada día tras día pero que ella me esquive...
¿Cuánto tiempo puede un corazón albergar esperanza? ¿Cuántas noches habré de soñarte hasta tenerte a mi lado? ¿Cuántas veces tendré fuerzas para no rendirme? ¿Cuántas risas puedo ser capaz de fingir? ¿Cuántos días más desearé no haber despertado?
No creo que pida demasiado. No necesito lujos ni nadar en dinero, no necesito gran cosa... Solo necesito algo por lo que desear levantarme cada mañana.
Mientras tanto, y no sé hasta cuándo, volveré a ponerme la máscara. Máscara que tapa mis ojeras. Ojeras que son prueba de que el sueño también me esquiva por las noches. Noches en las que las sombras se acercan sigilosas y me torturan susurrádome al oido todo lo que jamás seré y tendré.
Pero hay veces que cuesta trabajo ser lo que todos creen que eres. En algunas ocasiones salir al escenario es jodidamente dificil. Vesti la giuba dice Leoncavallo en su ópera. No importa que esté hecho mierda por dentro, que me sienta solo entre tanta gente, que me sienta perdido, que no sepa qué va a ser de mi vida, que note cómo el tiempo se me escapa, que vea como todos a mi alrededor avanzan mientras el ancla que pende de mi alma se hace cada vez más pesada, que espere su llegada día tras día pero que ella me esquive...
¿Cuánto tiempo puede un corazón albergar esperanza? ¿Cuántas noches habré de soñarte hasta tenerte a mi lado? ¿Cuántas veces tendré fuerzas para no rendirme? ¿Cuántas risas puedo ser capaz de fingir? ¿Cuántos días más desearé no haber despertado?
No creo que pida demasiado. No necesito lujos ni nadar en dinero, no necesito gran cosa... Solo necesito algo por lo que desear levantarme cada mañana.
Mientras tanto, y no sé hasta cuándo, volveré a ponerme la máscara. Máscara que tapa mis ojeras. Ojeras que son prueba de que el sueño también me esquiva por las noches. Noches en las que las sombras se acercan sigilosas y me torturan susurrádome al oido todo lo que jamás seré y tendré.
martes, mayo 04, 2004
Tiempo prestado (2ª parte)
Inspiró profundamente. En 40 segundos todo habría terminado. Se repetía mentalmente los colores de los cuatro cables mientras los acariciaba con la punta de los alicates. Cuatro cables y 37 segundos. Dos con corriente, un disparador y un señuelo..
Una gota de sudor se metió en su ojo mientras cerraba el alicate entorno al cable rojo, que se cortó como la mantequilla bajo un cuchillo caliente. "Bravo Sargento, acabas de cortar el señuelo" se dijo a si mismo. El reloj continuaba bajando.
Tres cables y 20 segundos. Gris, verde y amarillo. Gris verde y amarillo canturreaba nerviosamente entre dientes. El reloj menguaba sin piedad, marcando 15, 14, 13 segundos, mientras Goodward apretaba las mandibulas. Había que tomar una decisión.
Gris, amarillo o verde... 8 segundos. Dos de los cables eran los buenos chicos y otro era el niño malo.
Gris, amarillo o verde... 6 segundos. La probabilidad estaba de su lado, pero no le entusiasmaba la idea de que su pellejo dependiera un porcentaje.
Amarillo. Cortó el cable amarillo cuando en la pantalla digital quedaban 3 segundos.
Un pitido agudo le taladró los oidos.
- Felicidades Goodward, acaba de convertirse en carne picada - le dijo el instructor en tono socarrón.
- Un par de minutos más y hubiese desconectado la otra pila
- Un par de minutos es todo un mundo, y nosotros siempre trabajamos con tiempo prestado. Duerme bien esta noche, porque mañana practicaremos con detonadores sensibles al movimiento.
Los dos salieron de la nave de pruebas. El instructor para llamar al siguiente oficial que debería enfrentarse a la fiambrera, y el Sargento Goodward para ir a los vestuarios donde cambiaría el pesado traje por una ducha de agua tibia.
Mientras abría el grifo de agua caliente y el vapor inundaba la ducha se repetía a si mismo que debería haber continuado con el negocio familiar, como hizo su hermano. Quién iba a imaginarse que la fontanería iba a dar tanto dinero.
Una gota de sudor se metió en su ojo mientras cerraba el alicate entorno al cable rojo, que se cortó como la mantequilla bajo un cuchillo caliente. "Bravo Sargento, acabas de cortar el señuelo" se dijo a si mismo. El reloj continuaba bajando.
Tres cables y 20 segundos. Gris, verde y amarillo. Gris verde y amarillo canturreaba nerviosamente entre dientes. El reloj menguaba sin piedad, marcando 15, 14, 13 segundos, mientras Goodward apretaba las mandibulas. Había que tomar una decisión.
Gris, amarillo o verde... 8 segundos. Dos de los cables eran los buenos chicos y otro era el niño malo.
Gris, amarillo o verde... 6 segundos. La probabilidad estaba de su lado, pero no le entusiasmaba la idea de que su pellejo dependiera un porcentaje.
Amarillo. Cortó el cable amarillo cuando en la pantalla digital quedaban 3 segundos.
Un pitido agudo le taladró los oidos.
- Felicidades Goodward, acaba de convertirse en carne picada - le dijo el instructor en tono socarrón.
- Un par de minutos más y hubiese desconectado la otra pila
- Un par de minutos es todo un mundo, y nosotros siempre trabajamos con tiempo prestado. Duerme bien esta noche, porque mañana practicaremos con detonadores sensibles al movimiento.
Los dos salieron de la nave de pruebas. El instructor para llamar al siguiente oficial que debería enfrentarse a la fiambrera, y el Sargento Goodward para ir a los vestuarios donde cambiaría el pesado traje por una ducha de agua tibia.
Mientras abría el grifo de agua caliente y el vapor inundaba la ducha se repetía a si mismo que debería haber continuado con el negocio familiar, como hizo su hermano. Quién iba a imaginarse que la fontanería iba a dar tanto dinero.
lunes, mayo 03, 2004
Tiempo prestado (1ª parte)
La cuenta atrás comenzó cuando cortó el cable verde. Sin duda alguna se había tragado el cebo, puesto que en lugar de interrumpir el suministro eléctrico lo que había hecho era disparar el temporizador. Exactamente disponía de 4 minutos y 52 segundos para desactivar la bomba.
La fiambrera metálica era aproximadamente del tamaño de un ladrillo. A la izquierda, los segundos se escurrían de la pequeña pantalla de cristal liquido sacada de un reloj digital barato. Estaba fijada a un circuito impreso del que salían una maraña de cables, algunos de los cuales deberían ir conectados a las dos baterías de 4,5 voltios que alimentaban el sistema. Ante de que se disparara la cuenta atrás el Sargento Goodward de la Brigada de Artificieros de la Policía de San Francisco, había conseguido neutralizar la fuente energética principal, pero no vio que había un sistema auxiliar. La parte derecha de la fiambrera no era mucho mejor. Ahí estaba el explosivo plástico, parecido a la plastelina al tacto y tan inofensivo como esta siempre y cuando nada la detonase.
Cuidadosamente apartaba cables uno por uno viendo dónde nacían y qué conectaban. Muchos de ellos tenían como única misión molestar, hacer bulto para que los verdaderos protagonistas de la función pasaran desapercibidos. Mientras descartaba un grupo de tres cables, por el rabillo del ojo miró el contador cuyos dígitos negros marcaban 3:12.
El jodido traje blindado no era muy cómodo que digamos. Le quedaban dos minutos. Los muchachos siempre bromeaban diciendo que trabajar con él puesto es como nadar con un abrigo de lana, pero no era precisamente un flotador lo que tenía frente a la mesa.
El sudor resbalaba por su frente y la máscara se empañaba ligeramente cada vez que exhalaba. Su pulso estaba disparado a más de 150 pulsaciones por minuto y las sienes estaban a punto de estallarle. Le parecía que el reloj corría a la misma velocidad que su corazón.
Detectó dos trampas, así que marcó los cables con cinta negra para no cortarlos por error, y aisló el único grupo de cables que conectaban el circuito con los explosivos. Ya estaba casi todo hecho, había neutralizado una bateria, descartado cables muertos y marcado las trampas. Pero le quedaban 49 segundos, no había tiempo de buscar el modo de desconectar la segunda batería . Era el momento de manter una reunión con los señores rojo, verde, amarillo y gris, que eran los cables que se introducían bajo el explosivo.
Continuará...
La fiambrera metálica era aproximadamente del tamaño de un ladrillo. A la izquierda, los segundos se escurrían de la pequeña pantalla de cristal liquido sacada de un reloj digital barato. Estaba fijada a un circuito impreso del que salían una maraña de cables, algunos de los cuales deberían ir conectados a las dos baterías de 4,5 voltios que alimentaban el sistema. Ante de que se disparara la cuenta atrás el Sargento Goodward de la Brigada de Artificieros de la Policía de San Francisco, había conseguido neutralizar la fuente energética principal, pero no vio que había un sistema auxiliar. La parte derecha de la fiambrera no era mucho mejor. Ahí estaba el explosivo plástico, parecido a la plastelina al tacto y tan inofensivo como esta siempre y cuando nada la detonase.
Cuidadosamente apartaba cables uno por uno viendo dónde nacían y qué conectaban. Muchos de ellos tenían como única misión molestar, hacer bulto para que los verdaderos protagonistas de la función pasaran desapercibidos. Mientras descartaba un grupo de tres cables, por el rabillo del ojo miró el contador cuyos dígitos negros marcaban 3:12.
El jodido traje blindado no era muy cómodo que digamos. Le quedaban dos minutos. Los muchachos siempre bromeaban diciendo que trabajar con él puesto es como nadar con un abrigo de lana, pero no era precisamente un flotador lo que tenía frente a la mesa.
El sudor resbalaba por su frente y la máscara se empañaba ligeramente cada vez que exhalaba. Su pulso estaba disparado a más de 150 pulsaciones por minuto y las sienes estaban a punto de estallarle. Le parecía que el reloj corría a la misma velocidad que su corazón.
Detectó dos trampas, así que marcó los cables con cinta negra para no cortarlos por error, y aisló el único grupo de cables que conectaban el circuito con los explosivos. Ya estaba casi todo hecho, había neutralizado una bateria, descartado cables muertos y marcado las trampas. Pero le quedaban 49 segundos, no había tiempo de buscar el modo de desconectar la segunda batería . Era el momento de manter una reunión con los señores rojo, verde, amarillo y gris, que eran los cables que se introducían bajo el explosivo.
Continuará...
domingo, mayo 02, 2004
Qué os parece si...
Berk - Esquivando & Asociados:
Por la presente informan a todo aquel que lo lea de lo siguiente:
Los abajo firmantes tras largas horas de meditación han llegado a la conclusión de que sería una buena idea realizar una charla coloquio con todos los que estén interesados.
Dicha reunión se realizaría en el canal #Niputagracia.com, accesible a través de la red Hispano.org del IRC, con cualquier cliente de IRC o mediante el chat del que dispone la web Niputagracia.com
La cita sería el día 9 de Mayo de 2004 a partir de las 19:00 en primera convocatoria y de las 20:00 como segunda convocatoria.
Añadir por último que los abajo firmantes pasan sus tardes y sus noches habitualmente en dicho canal, por lo que todo aquel que así lo quiera puede hacer acto de presencia en el mismo cualquier otro día, nosotros estaremos encantados de recibirles.
Sin más, a la espera de noticias suyas, se despiden, siempre suyos:
Los Abajo Firmantes
Por la presente informan a todo aquel que lo lea de lo siguiente:
Los abajo firmantes tras largas horas de meditación han llegado a la conclusión de que sería una buena idea realizar una charla coloquio con todos los que estén interesados.
Dicha reunión se realizaría en el canal #Niputagracia.com, accesible a través de la red Hispano.org del IRC, con cualquier cliente de IRC o mediante el chat del que dispone la web Niputagracia.com
La cita sería el día 9 de Mayo de 2004 a partir de las 19:00 en primera convocatoria y de las 20:00 como segunda convocatoria.
Añadir por último que los abajo firmantes pasan sus tardes y sus noches habitualmente en dicho canal, por lo que todo aquel que así lo quiera puede hacer acto de presencia en el mismo cualquier otro día, nosotros estaremos encantados de recibirles.
Sin más, a la espera de noticias suyas, se despiden, siempre suyos:
Los Abajo Firmantes
sábado, mayo 01, 2004
Buena suerte
"Cuando nos despidamos, no mires atrás" me dijiste antes de subir al tren. Y eso hice, así que esa fue la última vez que te vi.
"Haz lo que te dicte tu corazón" te decía yo siempre que me consultabas alguna decisión que debías tomar. Y un día tu corazón dictó mi sentencia de dolor.
Mucho tiempo tardé en recoger cada pedacito del alma que rompiste por teléfono. Me costó salir de ese infierno que llevaba tu nombre.
Después no hubo rabia o rencor, ni tampoco indiferencia. Siempre te he deseado lo mejor de corazón.
Volvimos a hablar ocasionalmente, incluso se puede decir que seguimos siendo amigos.
Ahora la Fortuna te muestra su lado más gris, las cosas no van bien. Ahora vuelves.
En mi nada ha cambiado: sigo deseándote lo mejor y sigo sin mirar atrás.
Buena suerte.
"Haz lo que te dicte tu corazón" te decía yo siempre que me consultabas alguna decisión que debías tomar. Y un día tu corazón dictó mi sentencia de dolor.
Mucho tiempo tardé en recoger cada pedacito del alma que rompiste por teléfono. Me costó salir de ese infierno que llevaba tu nombre.
Después no hubo rabia o rencor, ni tampoco indiferencia. Siempre te he deseado lo mejor de corazón.
Volvimos a hablar ocasionalmente, incluso se puede decir que seguimos siendo amigos.
Ahora la Fortuna te muestra su lado más gris, las cosas no van bien. Ahora vuelves.
En mi nada ha cambiado: sigo deseándote lo mejor y sigo sin mirar atrás.
Buena suerte.
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